Ya se sabe, todo es cuestión de modas y en los pueblos sucede lo mismo. Pero no voy a hablar de que los chavales usen calzoncillos debajo del bañador en la playa. No, eso lo haré en otra ocasión. Esto va de ejercicio físico, pero hay que tener un poco de paciencia. Primero fueron los paseos marítimos, que no hay pueblo costero que se precie que no lo tenga, aunque no lo utilice nadie, aunque el mar lo barra de lado a lado, porque muchas veces son pasillos, no paseos, o que se pudran, como en mi pueblo de adopción, y te rompas la crisma cada vez que intentas hacer lo que su nombre indica, pasear por él. Si no hay mar, pues hay río y también se hace paseo marítimo y ruta de senderismo, esa es otra, que las rutas te llevan a veces a una carretera y tú preguntas, pero bueno, ¿qué había qué ver aquí? Pues nada, que se hace camino al andar y sólo se trataba de andar, no de ver nada. Que también somos a veces de un exigente...Pues eso, que después de los paseos vinieron las piscinas. Nada que ver, porque son de lo más práctico. En el mar es imposible bañarse, ni en invierno ni en verano, cuando pasas de los catorce años. Todos sabemos la razón. El agua. No es que esté contaminada, no, es simplenmente porque está helada. Cuando eres niño no te enteras. Es como con los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez. Cuestión de fé. Miras al mar y piensas, toda esta inmensidad está aquí para que yo, niño afortunado, me pueda bañar. Y lo haces y disfrutas. Pero cuando vas creciendo y dejas de creer en lo Reyes, en los Magos y en los otros, te das cuenta que el mar es para mirarlo, para admirarlo, para que salga la vena poética e incluso para pescar mientras queden pescados y, como mucho, para mojarte los pies y eso con precaución, que los sabañones están haciendo guardia para poseer nuestros dedos, en nuestro idioma autóctono, dedas. Y hete aquí que a alguien se le ocurrió lo de las piscinas. Y pasamos de no tener ninguna a que cada pueblo tenga la suya. Pues todos a bañarse. Pero claro, antes hay que aprender a nadar, porque aunque parezca una obviedad que quien tiene mar sabe nadar, pues es falso. Pero ahora no voy a comentar las razones antropólógicas de por qué en los pueblos marineros hay varias generaciones de hombres y mujeres que no saben hacerlo. No lo voy a hacer, no porque no lo sepa, que lo sé, sino porque no me apetece nada y sería de lo más aburrido. No, voy a hablar de ejercicio físico, leñe. Hombre, que ya tenemos piscina, me dice Pomelo un día de invierno. Ya, le contesto, pero me da pereza. Pues no, que al final me dejé convencer y acabé con mis huesos recubiertos de carne, ultimamente más, que estoy engordando, en el Decathlon para aprovisionarme del equipo de baño adecuado y de paso para una comida de La Pandilla. Pues que si la matrícula y el bono familiar, que para eso somo quienes somos y el carro siempre antes que los bueyes, o como sea el refrán, que cada vez se está complicando más esto. Pues a nadar. Pero había un problema. El Pomelo, que no sabía. Sus razones no tienen nada que ver con las históricas, no, era un problema de timidez. Y por no enseñar la cara, pues que aprendió a bucear y le llegó. Pero para la piscina eso no valía, porque sumergirte con un tubo y dedicarte a hacer largos por debajo del agua, quedaba feo, es más, hasta alguna señora te puede dar golpes con el gorro y llamarte pervertido. Pues que tengo que aprender, me dice. Y ni corto ni perezoso se apunta a un curso de aprendizaje. Pero claro, no todo podía ser tan sencillo. Resultó ser el único hombre en medio de tropecientas marujonas entradas en carnes y en años. Me preguntareis, y si no lo haceis hacemos como si tal, ¿y los hombres que nombrabas que nunca aprendieron? Pues no están en el curso, por supuesto, que antes ahogados que pasar por la vergüenza de reconocer su ignominia. Pero mi Pomelo no. Con dos .... flotadores, digamos. Ni siquiera le amilanó ser el más burro de la clase, porque sus compañeras ya llevaban varios cursos intensivos. Y poquito a poco aprendió a nadar. Y a renadar, porque siempre fue muy exagerado y ahora nada mejor que yo, que el idiota que se reía de verlo en la calle de los iniciandos y si me descuido casi mejor que el monitor, que para eso se bajó miles de videos y se compró otros tantos libros del arte de nadar. Y cuando ya estábamos satisfechísimos, porque ya íbamos a cursos de perfeccionamiento, a quedar con los compis de cursillo y a saber todos los cotilleos, nos cierran la piscina. Ahora la abrieron de nuevo, pero perdimos el ritmo y aunque llevamos pagando seis meses rigurosamente las cuotas, todavía no empezamos la nueva andadura, mejos dicho, nadadura. Ocasionalmente voy yo alguna manaña, pero hay un problema. Que las mañanas están llenas de jubilados desocupados que no saben en qué pasar el tiempo y ocupan las calles y te dan conversación y quieren hacer peña y no, yo voy a hacer ejercicio...y a contemplar al nadador solitario de bañador mínimo y espaldas anchas que ocupa la calle central, la de nado rápido, que me hace desear el tubo de buceo de mi Pomelo.