sábado, 7 de febrero de 2009

Los García

Las tardes que no llueve excesivamente, doy un paseo con mi vecina y con alguna otra mujer del lugar. Normalmente vamos dos o tres mujeres: mi vecina "la mejor del mundo" (yo también tengo una vecina como la de Caaal) , que tiene sobre sesenta y tantos, otra "chica" de mi edad, que la pobre está pasando por una enfermedad dura, y menda. Son unas caminatas ilustrativas en todos los sentidos, sobre todo en dichos y anécdotas, que trato de retener en mi memoria . Me gusta este tipo de relación que sólo se da en las aldeas, que yo sepa. Sales a la puerta, o a caminar, con la gente de tu entorno, aunque no tengas nada en común con ella, aunque nunca hayas entrado en su casa. Cuando hay alguien enfermo o en apuros, ves como la gente se vuelca. Se preocupan por su estado, las llaman para hablar, se preocupan por lo que comen y les dan lo que buenamente pueden, es decir, si tienen un naranjo y ella tiene que comer fruta, son kilos los que recibe en su casa. Si se le estropea la lavadora, tendrá todas las de su entorno para que lave y a nadie se le ocurrirá pedirle que lleve el detergente. Si le apetece dulce, siempre habrá algún bizcocho o tarta para el postre del domingo. Eso si está enferma. Si está sana, todo el mundo dirá que es una abandonada, que tiene la casa llena de "miseria" y que lo único que hace en todo el día es "folgar". Pero a mi este forma de relacionarse me parece bien, esta solidaridad entre vecinos, esta hermandad entre mujeres sobre todo, creo que muchas veces es lo único que te redime de la soledad ante la enfermedad que te asusta, ante la impotencia de ver tu vida alterada. Pero yo quería hablar de varias cosas, que como de costumbre , se convierten en miles debido a mi habitual dispersión. En el paseo de ayer, además de ir por sitios desconocidos, de conocer el nombre o apodo del propietario actual de cada casa, de saber a quien se la compró o de quien la heredó, nos encontramos con bastante gente plantando o sachando o haciendo no se qué en la tierra porque mi cultura agraria no llega a tanto. Por supuesto lo primero era preguntar por mi, pero directamente. Me encantó porque dos señoras preguntaron por "a rapasa", lo que hace pensar que o bien las cremas dan buen resultado, lo que corrobora que "crema Ponds belleza en siete días" es de lo más efectiva o bien que la vida al lado de la calefacción y el ordenador da sus frutos. Una vez informadas, por supuesto por el mote del anterior dueño de mi casa, que me salva que no tuviera problemas intestinales porque ultimamente compruebo que el apodo que hace referencia a tan desagradable evento es muy común, dicen ahhh. Ni encantada, ni te encuentras bien por estas latitudes, nada de nada, como si yo no existiese. En otras ocasiones encontré a las más atrevidas, que preguntan por mi filiación, ocupación y lugar de procedencia, siempre como si yo no estuviese delante. La verdad es que ya me acostumbré y suelo esbozar la mejor de mis sonrisas para que digan que soy muy simpática. Pues uno de estos encuentros de ayer, fue con una pariente de mi guía turístico y espiritual desde mi llegada al campo. Supe del estado de salud de su marido y le habló con afecto a un "joven" de cerca de cuarenta años, de bastante buen ver, que con botas altas y una azada en la mano horadaba el terreno. Que esas mentes calenturientas se detengan, porque ni las botas eran de montar, ni el buen mozo estaba sin camisa, sudoroso y con el pelo largo mojado ni nada de eso. Estamos en invierno y llevaba unos botas de goma verdes y una camisa de franela, de cuadros eso sí, abierta sobre una camiseta, que la verdad, esta imagen es casi tan sugerente como la anterior. Pues bien, el muchacho respondía a las preguntas con una voz de tenor suave y armoniosa, mientras detenía su afanoso trabajo. Por supuesto aunque nadie se dirigiera a mi, mi sonrisa esta vez era como la del gato de Cheshire. Una vez terminada la conversación seguimos nuestra andadura y recibí las explicaciones pertinententes. Que si esta buena mujer tenía tres hijos. Las mujeres, casadas y trabajando fuera, una de ellas en Canarias, como casi todo el mundo por aquí, muy buenas ellas. Pero mejor que ninguna hija era Moncho, que así se llamaba el maromo. Trabajador, bueno, pero, sobre todo, que solo ve por los ojos de su madre. La tiene como una reina, le da todo lo que gana, ayuda en casa, trabaja en los terrenos y no sale. Por supuesto soltero. Claro, "ya te fijaste en la voz suave que tiene ...", en la escuela le llamaban Marujita. Pobre. No sé, pero ¿No sería mejor que saliera del armario, le dijera adiós a su madre y dejase de ser un buen chico? Un desperdicio. A todo esto yo quería hablar de Los García. Familia de estafadores maravillosa, falsificadores de billetes de cincuenta euros. Se dedicaban a la copia como si se tratase de un trabajo a jornada completa, buenos vecinos y gente de lo más normal. Claro, yo no tengo ningún negocio donde me hayan dejado sus billetes, pero vamos, que tengo que investigar sobre ellos, porque a mi que unos padres monten un negocio familiar para que sus hijos tengan un medio de vida, me parece más loable que condenar al pobre de Moncho a jugar a la brisca por la tarde: que la familia que delinque unida no le cortará las alas a sus hijos, sean de ángeles o de murciélagos, que para gustos se pintan colores y para tardes de invierno labradores por los que babear en un blog, aunque ahora sea sábado por la mañana y salga el sol y seguro que Moncho ahora sí estará sin camisa...