viernes, 30 de diciembre de 2011

Bodas y locas.

Yo ya no sé si el stargate de mi casa se habrá trasladado al mundo en general y yo me dedico a viajar, aunque no a mundos alienígenas que sería lo normal, sino a universos alternativos. Eso o que estoy mayor y no entiendo nada. Mayor, seré sincera por una vez ante mi misma y el mundo, lo soy porque si no ya me direis como iba a estar celebrando mis bodas de plata. Vamos, sería la boda boda y estaría pensando en miles de tules, regalos para los invitados y cosas por el estilo. Otro de mis negocios fallidos, organizadora de bodas. No hay nada que canse más que organizar tal evento, digo yo, por lo que oigo decir a la gente. Que si pruebas del vestido, que si degustaciones de platos del banquete, que si ensayos de la ceremonia... Hace veinticinco años, yo me probé un vestido por la mañana y me lo llevé por la tarde, el banquete lo decidimos en una libreta a base de anotar kilos de cigalas...pero claro soy una antigüedad. Por eso, ya que resolví tan bien el casorio, creo que le facilitaría mucho la boda a estos incautos que la celebran como si fuese el día más feliz de su vida...Para que engañarnos, yo soy más feliz cualquier día que me voy de compras o un domingo por la mañana del mes de junio con mi maravillosa playa libertaria para mi sola, o esas tardes de domingo en que mi Pomelo y yo nos comemos medio litro de helado a cucharadas mientras vemos una serie en la tele. Pues eso, lo de las bodas de plata, otra historia que se monta la gente. Que si comidas con la familia, que si regalos a la pareja, que si cenas con los amigos y hasta hay quien renueva los votos. Yo ni comidas, ni cenas ni regalos, esto último porque no coló, que me dice mi Pomelo que la felicidad es compartida y que como él no quiere nada de plata pues que tampoco me va a hacer regalo alguno. En cuanto a votos, los únicos que renové estos días fue el electoral, que sólo tengo uno por desgracia, que tal como han ido las cosas, vendría muy bien que tuviese una docena. Pero algo había que hacer, que son muchos años, bueno años no tanto, sólo veinticinco, más son días, uno tras otro hasta un total que no voy a hacer la cuenta, pero supongo que muchísimos y unos buenos y otros malos y muchos ni fu ni fa. Decidimos, más bien decidí yo, irnos a un balneario. Al Pomelo le gustan muchos las aguas sulfuradas y calentitas y como estaba tan mal tiempo pensé que sería lo mejor, porque esta temporada no andamos muy boyantes economicamente y no estamos para pensar en viajes . Planifiqué muy bien las cosas, busqué uno de los mejores balnearios de Galicia e hice la reserva. La verdad que como organizadora de bodas valdré, pero está claro que para lunas de miel no. No conté con que el mes de Octubre es el mes de los viajes del imserso. Estaba tomado, el balneario estaba tomado por grupos de sesenta y cinco para arriba que se hacían dueños de la piscina y los chorros, de los pasillos y zonas comunes y hasta del restaurante para viajeros desofertados como nosotros, porque tenía zona de cafetería y allí jugaban las partidas. Y no se privaban de hablar, alborotar y juerguear. No fuimos los únicos incautos. Cuando yo me consolaba pensando que por lo menos yo era la más delgada y más joven de toda la piscina, apareció una parejita joven en el recinto. Yo estaba mirando a la puerta de entrada, por eso casi me dio un ataque de risa cuando vi la cara de horror que puso la chica. Vamos, yo creo que se puso tan pálida como los vampiros de Crepúsculo o los de True Blood, más de mi gusto esta última. Tardó un tiempo en desprenderse de su albornoz y pudimos ver los del imserso y nosotros que llevaba un mini biquini plateado. Si miró las fotos del hotel en internet como hice yo, vería una piscina iluminada por luz tenue y vacía, muy apropiada para ir de bikini plata y retozar con tu pareja en las aguas térmicas de los jacuzzis. Pero por supuesto eso era sólo en la foto. Su pareja desde dentro de la piscina no hacía más que pedirle que entrara. Lo dudó, pero al final se metió. Creo que supo enfrentarse al contratiempo, pensando que si ya estaba todo perdido, por lo menos conseguir salvar algo, que fue lo que me dijo mi Pomelo cuando yo no paraba de protestar. A fin de cuentas ella sí que era la más delgada, más joven y más mona de toda la piscina. Tuvieron su recompensa, porque los viejorros se marcharon pronto, porque su horario de cena estaba fijado para una hora temprana y nosotros decidimos que dejarles la piscina para ellos sería nuestra buena obra del día. Pero no era esto de lo que yo quería hablar. En la habitación había un stargate de color verde en el techo, redondo y que fue el culpable de que yo no pudiera pegar ojo en toda la noche y que nos trasladó al universo alternativo de Cocoon en el que nuestros pensionistas no paraban de alborotar por los pasillos, aunque la verdad, no rejuveneció sus próstatas porque las cisternas sonaban estruendosamente cada dos horas. Aunque esto no es nada comparable a lo que nos sucedió a mi hermana y a mi el otro día. Veníamos de resolver unos trámites burocráticos de unos familiares, cuando decidimos subirnos a un autobús urbano. Cierto es que hacía años que no nos subíamos a uno, porque solemos utilizar el coche o bien nos movemos por Santiago en la que todo está la alcance de la mano, pero esto era en A Coruña, ciudad más grande. Subimos a un bus prácticamente vacío. Las dos íbamos concentradas en los papeles que teníamos que solicitar y en ir pendientes del exterior para reconocer nuestra parada. De repente nos interrumpe una señora. Nos pregunta abruptamente si no tenemos costumbre de dejarle el sitio a los ancianos. Miramos a nuestro alrededor y no había ninguno, es más el autobús seguía medio vacío. Y prosigue su alegato a voz en grito diciendo que por nuestro lado pasaron dos y que tuvo que dejarles ella su asiento, no sabemos si los dos se sentaron uno encima del otro o fue en dos momentos diferentes del viaje. Ante mi protesta de que no vimos a ninguno, nos dice que en el autobús hay que ir muy pendientes de todo el que sube. Mi hermana me dice que ni caso, que no me ponga a discutir con ella que seguro que está un poco trastornada. No, le digo, es que tiene el síndrome de Pilar Bardem, que es creerse en posesión de la conciencia colectiva e ir dando por la vida lecciones de moral a todo el que se tercie, y como esta señora no tiene un micrófono de prensa a su alcance utiliza los autobuses dónde siempre hay público. Pero mi hermana, una persona muy discreta, desde ese día no deja que nos sentemos en los transportes públicos, aunque vaya de tacón y con cincuenta bolsas en la mano, por si acaso, que nunca se sabe cuando aparecerá de nuevo. Pero lo que yo no sabía es que esa señora no se mueve únicamente en los buses, no, también se dedica al tren. Como allí todo el mundo lleva su billete numerado, aunque desde aquí me dirijo a todo los viajeros de este medio de locomoción: el número de asiento indica dónde te tienes que sentar, no está allí de adorno, hombre, que cada uno se sienta dónde quiere. Cuando vas a ocupar tu asiento, resulta que está alguien sentado y por no molestar no lo mandas levantarse, te sientas en cualquier asiento y después viene la loca del autobús-tren, metro porque no hay, que hace que te levantes porque ése es su asiento y dios te libre de poner en el de al lado tu bolso, mochila o paquetes, que se empeña en sentarse a tu lado. Mi sobrina la Mayor me dirá que ya estoy inventando, que no es la misma, pero claro, como ella no sabe lo de los stargates pues no se da cuenta que es así como la señora en cuestión se desplaza. Ahora que lo pienso, seguro que era ella aquella que estaba en la piscina del balneario mirando con cara censora el bikini plateado. Pero claro, es que con gorro de piscina somos todos como extraterrestres, por eso no la reconocí. Ya lo sabéis, cuidado con los stargates, con las señoras con síndromes complicados y con las bodas. Para estas últimas, me podéis contratar para que os las organice, el viaje no, que seguro que os mando al castillo de irás y no volverás por lo menos.

jueves, 13 de octubre de 2011

Sucederes

Tengo mucho que contar, ya que últimamente no me pasé mucho por aquí, claro que este últimamente tiene una duración de varios meses. Para empezar mi pobre ordenador de sobremesa feneció y aunque todavía sigue de cuerpo presente, hasta hace poco, un par de días, seguía enchufado. De noche te levantabas a algo y seguías viendo la luz del ratón iluminado el salón. Fuegos fatuos, le dije yo a mi Pomelo, hay que acabar con esto, porque además se incrementa el recibo de luz. Ante esto último lo apagó. Al desván no fue, como habían ido los anteriores, porque lo acabo de ordenar. Sigue habiendo trastos, pero son trastos dignos, es decir, colecciones de comics, revistas de arte, herramientas y objetos más o menos útiles, todos ellos en sus cajas clasificados y limpios. Ya no hay toda la inmundicia que sobraba y no tirabas por pereza. Me deshice como de unos cuatro ordenadores, miles de revistas de decoración de cuando compramos la casa y cientos de cosas por el estilo. Cuando acabé, después de tres días de viajes a los contenedores de reciclaje oportunos (que quede claro), le comuniqué a mi Pomelo que ya me podía morir tranquila. Me contestó que de haberlo sabido lo hubiera ordenado él antes, que siempre quiso ser un viudo joven y ahora ya le coge calvo. En fin. Después de tan ímprobo trabajo, ya no dejo subir nada al desván, así que cuando este último ordenador estiró el teclado decidí que prefiero tenerlo en la mesa que contaminar mi obra maestra. Lo que quería decir, es que hago por primera vez una entrada desde el ordenador portátil, que ya tenía desde hace un par de años pensando en los viajes, que por cierto nunca viajo, lo que me resulta un poco incómodo porque adoro los teclados amplios que pueda aporrear como si de una máquina de escribir se tratase, que para algo tengo ya una edad. Aunque bueno, nunca usé mucho la máquina de escribir. Es como lo de las marchas del coche. Mi hermana me decía el otro día que parece que conduzco un camión, por la forma en que las cambio. Nunca conduje un camión, aunque a mi hermana, conocida por Volty, no se le puede hacer mucho caso porque interpreta la realidad un poco a su manera, aunque sí tiene razón cuando dice que el único hombre que puede permitirse el lujo de ir con una camiseta vieja y barba de tres días sin parecer un guarro es Miguel Bosé, se extralimita al decir que le dan un poco de repelús esas tumbonas como camas que hay en los hoteles y playas de lujo, porque sabe dios cuantos bañadores mojados se habrán tumbado en ellas. A todo esto, no sé adonde me dirijo con estas cosas que estoy contando. Será la falta de práctica, pero cuando empecé a escribir sabía lo que quería contar y ahora ya no me acuerdo. Aunque bueno, para eso tengo dos maravillosas y minúsculas libretitas que es donde apunto todos los sucesos extraños que me van sucediendo fuera y dentro de casa. Porque ahora no es sólo cuando salgo a tomar cafelitos que me persiguen los sucesos extraordinarios. Resulta que en casa tenemos un Stargate y no lo sabíamos. El cabecero de nuestra cama es de obra, de pladur, no de ladrillos ni materiales nobles, que uno anda escaso de dinero. Pues lo que nos pasó ahí atrás fue algo inaudito. Mi pobre Pomelo (hoy ya lo cité tres veces) es un poco cegato, por decirlo con cariño, pero un poco de unas siete dioptrías por lo menos. Lo primero que hace antes de levantarse es ponerse las gafas. Alarga el brazo hacia el sitio dónde las deja, que es un estante del cabecero (no pongo una foto porque el que nos hizo la casa era un constructor-artista y lo hizo como le dio la gana. No vigilábamos mucho, la verdad) y no las encuentra. Me llama para que las busque y no están. Miro por el suelo, entre los cables, entre las sábanas, debajo de la almohada y no aparecen. ¡¡¡¡Que no están!!! Como el pobre tenía que ducharse, desayunar etc etc antes de irse a trabajar, le busqué las de repuesto para que pudiese valerse por si mismo y yo seguí buscando. Nada. Entre los dos estuvimos más de media hora. Ante tal horror decide llamar a la oficina para avisar que llega un poco tarde, cuando allí estaban, en el sitio dónde las deja siempre y que ya habíamos mirado como tropecientas veces. Un Stargate, le dije, lo tenemos en el cabecero y no lo sabíamos. Yo estaba ya toda ilusionada, pensando a que mundos habrían ido durante toda la noche las gafas, a dónde podríamos ir nosotros sin tener que usar avión y si cabríamos por el stargate o tendríamos que buscar la manera de ampliarlo, cuando me dice que no, que lo pasó es que se debieron liar con los cables que van a los enchufes y quedar escondidas hacia la parte de atrás. Mi gozo en un pozo, la verdad es que me da bastante menos miedo usar un stargate que ir en avión, no hay aterrizajes ni despegues, ni baches, ni pájaros a los que atropellar y además tampoco te pierden el equipaje porque lo llevas contigo. Aunque bueno, casi me seduce más el teletransportador de Star Trek, porque digan lo que digan para mi que el stargate te deja el pelo encrespado.

sábado, 9 de abril de 2011

Pequeñeces

La demencia de tempranillo, frase genial con la que me deleitó el otro día mi sobrina la mayor. No, no voy a frivolizar con temas tan serios como son las enfermedades mentales o el alcoholismo, pero es que estábamos hablando de una persona a la que ultimamente veíamos enloquecida y cada vez más aficionada al frasco. Frases así o esos momentos únicos son los que nos reconcilian con la vida si es que alguna vez nos enfadamos con ella. El otro día, que es un decir porque ya fue hace bastantes muchos, viví uno de ellos que me hizo aplaudir y llevarme un subidón de adrenalina como pocos. Un pobre gatito se había colado en el interior del pozo de unos vecinos. Vivir en el campo es muy bonito, mis cafelitos son muy edificantes, que las vecinas te hablen de "circar o culebrillo", dicho con el seseo de la zona, refiriéndose a una manera arcaica de curar el herpes te hace pensar que vives dentro de una serie, pero cuando te enfrentas a lo más duro de esta forma de vida, cambia la historia. Que un gato maúlle pidiendo socorro porque está prisionero en un repecho de un pozo y no puede salir a nadie le importa lo más mínimo. Otros ya habrán caído, total el pozo ya no se usa. Y tú te sientes fatal porque además ese pozo está en un recinto cerrado con una puerta y nadie te la quiere abrir. Pero de repente todo cambia, porque llega Superman y abre la puerta con una especie de ganzúa y coge una escalera y la mete en el pozo y ves un gatito negro que se tira al agua y sube por los escalones y espera. Al subir a pulso la escalera, el gatito llega al brocal, salta todo mojado y se marcha corriendo, feliz de estar fuera de ese horror. Y te ríes y aplaudes y abrazas a tu superhéroe y te sientes la mujer más afortunada de la tierra por un momento. Un momento mágico, único, en el que tu chico te hace sentir que vale la pena todo por ver a ese gatito libre y aunque tu héroe no tenga ni mallas ni capa, afortunadamente, porque para que nos vamos a engañar, mi Pomelo no quedaría muy bien en mallas, porque aunque es alto y bien proporcionado, los años no perdonan el contorno de la cintura, en ese momento vamos, ni George Cloony vestido de Batman se le puede comparar. Es que lo de los animales es un poco extraño. Quien nos iba a decir que a Galicia iban a venir a parar todos los perro-artistas de Hollywood. Pues sí, es verdad, porque por alguna razón esos managers de artistas sin conciencia vienen aquí y los dejan. Sin ir más lejos, el perro de mi hermana hizo varias películas, vamos que yo lo vi en varias, aunque ellos digan que no, que su perro es más guapo, pues no. Un día apareció por su casa y decidió quedarse, pero ya venía de otra vida de artisteo y hace lo mismo que los viejos divos, vive bien y se dedica a las jovencitas de la zona, que cualquier día se arruinan si empiezan las demandas de paternidad. Y otro perro, que lleva años abandonado y adoptado en el pueblo vecino lo vi el otro día en otra película. Nadie me cree pero es así. Peculiaridades de este país de lluvias y excentricidades. Pero a lo que iba, que ya me desvié. Esos momentos únicos que quedan grabados en la memoria. Todos sabemos lo que estábamos haciendo en fechas señaladas, en días terribles de dolor o plenamente felices. Me veo perfectamente asistiendo a la llegada de Amstrong a la Luna, aunque era pequeña. Es más, creo que marcó alguno de los intereses de mi vida. Sí, de momentos memorables, de frases geniales, hombre , que digo que doy de comer a los gatos callejeros porque me piden y me dan pena y una señora desconocida, en el puesto del mercadillo en el que estábamos, me dice que igualito que otra vecina, pero ella lo hacía con los hombres, que le lloraban a la puerta porque estaban necesitados y como a ella le daban también pena, pues un montón de hijos. Vamos, que comparan dos labores sociales un poco diferentes, digo yo, y se quedan tan anchos. La vida sencillla está llena de grandes momentos, que aunque muchas veces sólo te lo parezcan a ti, hacen que te rías, llores o te preguntes si no sería mejor buscar el sentido de la vida en otro lugar, fuera del microcosmos en el que vivo y que no permite que pierda la capacidad de asombro. Porque, vamos, que untarse todo un herpes con "borra" de la cocina mezclada con aceite y una planta llamada sensible, mientras la curandera dice las palabras mágicas después de haberle hecho gastar a la Seguridad Social un pastizal en el tratamiento médico, es algo que hace que me pregunte por las noches si todo esto está pasando o alguien se está inventando mi vida.

lunes, 17 de enero de 2011

Crisis II

Sigo empeñándome en que "you" sea yo y claro, así es imposible aprender un idioma. Fundamental saber I am, pero claro, yo pienso en you am y creo que lo mejor que puedo hacer es desistir. Que no, que el inglés no es para mi, que una persona a la que le cuesta entender a los andaluces o a los argentinos por el acento, no puede estudiar inglés, está clarito. Pero es que yo quiero. Llevo años viendo series en inglés subtitulado y ya sé decir what? con cara de extrañeza y con cara de asombro oh my God ! Pues no, eso no llega. Hay que aprender que un apartamento es flat y un árbol tree, aunque eso yo ya lo sabía por la serie "Men in trees", que husband es marido y que mother no se puede decir como en "How I met your mother " porque allí lo dicen en americano. Además hay que llegar a casa y estudiar. Aprender los verbos, el vocabulario y encantado de conocerte y como te llamas. Aburridísimo. Todo esto unido a un libro lleno de dibujitos, de frases simples y de enunciados de ejercicios más difíciles que el ejercicio en sí. Después llegas a clase y te ponen unos audios horrorosos que no suenan como en las series o unos videos en los que no hay subtítulos. Echo de menos las clases de idiomas de mi bachillerato, francés por cierto, en las que tenías que estudiar un montón de gramática, que dicho sea de paso es lo que más me gusta, listas de vocabulario y hacer traducciones y dictados. Pues no, ahora ya no se estudia así. Y yo no lo sabía. El shock que llevé fue morrocotudo, graciosa palabra por cierto. Para colmo yo pensé, creo que con buena lógica, que si te apuntas a un curso de Básico 1 es para gente que no sabe nada de nada, como yo. Pues no, resulta que soy la más burra de la clase. Me desanimo, cada vez falto más y claro, no me entero de nada. Para colmo casi todo el mundo va con amigos. Los que van solos se sientan solos, pero después hay que conversar y la gente se junta como a regañadientes. Pues menudo aburrimiento de clase. Yo procuro sentarme de entrada con gente que está sola y así ir haciendo amistades, pero claro, como falto tanto pues cuando llego ya se hicieron nuevas parejas pero como yo no lo sé , pues me convierto en una roba sitios y compañeros. Un horror esta clase, yo, que soy la reina de los cafelitos todavía no conseguí tomarme uno a la salida acompañada. Pero esta temporada por problemas familiares no puedo ir a las clases, aunque bueno, siempre encuentro alguna disculpa para no ir, con lo que decididamente ya lo voy a dejar. Porque además hay exámenesy vamos, a mi edad era lo que me faltaba, que me suspendiesen y con un cero, pues ese es el nivel de mis conomientos. El otro día quería hablar del tema con mi sobrina La Mayor, conocida por Caaal, en un hospital en el que coincidimos porque nos turnamos para acompañar a un familiar, pero claro, había un Hola. Ya se sabe cuando está un Hola por el medio ya no hay posiblidad de dialogar. Porque por si alguien no lo constató, cualquier conversación, sea de la índole que sea, se interrumpe y pasa a segundo plano cuando de repente vemos que la casa de Tamara Falcó es de estilo juvenil aunque aquel comedor sea como el de una abuela o que la de Fonsi Nieto sea minimalista aunque esté repleta de enormidades doradas traídas por su dueño de Egipto. Ni de este tema ni de ningún otro pude hablar con mi sobrina, ni siquiera de la salud de la enferma, que por fortuna se va recuperando. Cuando yo abría la boca, pues que no, que los zapatos de no sé quien o el nuevo amor de aquella otra se interponía entre nosotras. Pero claro, estábamos en un hospital, tiene que haber un Hola es un requisito imprescindible para cualquier habitación hospitalaria, como antiguamente lo eran las zapatillas de piel nuevecitas y la bata de raso granate para los recién operados, porque si la hospitalización era por urgencia pues no te daba tiempo a comprar y llevabas lo que tenías en casa, que otro día ya contaré todas mis experiencias en estos recintos, que por desgracia son cuantiosas, porque mi Pomelo y yo somos muy aficionados a las operaciones e ingresos varios. Pero ya me fui del tema que era las clases de inglés. Aunque bueno, el Hola me hace recordar mis exámenes de literatura, en los que a la vieja profesora que ya lo había sido de mi padre, le poníamos al descuido la mencionada revista encima de su mesa. La revista de la semana, recién comprada con el dinero de un bote hecho en la clase y que la buena señora se dedicaba a leer durante la hora del examen que se convertía en el mayor despliegue de chuletas que he visto jamás en mi vida de estudiante. Pero tenía que ser el Hola, porque no valen ni el Lecturas, el Semana, que no sé si existe ya, o cualquier otra revista del corazón. No sé la razón, pero es un tema cientificamente comprobado por mi, que para algo soy una gran estudiosa del comportamiento humano. Y ahora se me ocurre pensar que si compro el Hello quizá pueda aprobar mi examen de inglés y así pasar al básico 2 el año que viene y ser ya casi una alumna aventajada. Algo me dice que no, que ni el Hello, ni una réplica del anillo de compromiso de Lady Di, que se vende tan bien estos días, van a conseguir que yo pueda aprobar un examen en el que you es tú y en el que todavía no sé como se dice mierda, hombre, que en francés era lo primero que aprendías. Pero me es igual, algún día yo también podré dar conferencias en el idioma de Shakespeare, porque el año que viene pienso ser repetidora y así jugaré con ventaja.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Crisis I

Haruki Murakami es un gran escritor, creo que nadie lo puede poner en duda. Para mi uno de los grandes. Me leí creo que todas sus obras, por muy enormes que sean que lo son y eso que cada vez a mi me gusta más la novela corta, seguramente debido a mis costumbres lectoras particulares. Murakami me ha proporcionado grandes momentos de satisfacción. Aunque sus obras sean densas y a veces duras en temática y en prosa, es un enorme placer leerlo. Pero ultimamente me está haciendo mucho daño. Todos tenemos derecho a sufrir una crisis a lo largo de nuestra vida. Bueno, tal vez dos, pero más no, porque si continuamente tienes crisis dejan de ser eso, impases de la personalidad en un momento puntual. Yo nunca fui muy de tener fases complicadas, más bien ya soy yo permanentemente complicada. Pero ultimamente me permití entrar en una de estas fases que acabo de nombrar. A cada uno le da la crisis de una manera determinada. Aunque algunas tengas unas pautas más o menos reconocibles y catalogables, no tiene porque ser así. La crisis del postdivorcio te puede dar bien por inyectarte de todo en la cara y rasparte el contorno, como por dejar de ir a la peluquería y tener el pelo de tres colores, comer todo el chocolate del supermercado más cercano mientras te conviertes en adicta a a las sudaderas del Decatlon. Hay los dos extremos. La crisis del nido vacío, la crisis económica que sufrimos todos por desgracia, la crisis de la jubilación, las hay para todos los gustos y para todas las edades, vamos, quien no tiene un o dos es porque no quiere. Yo ya pasé varias etapas de mi vida que, podrían haber sido críticas, pero no lo fueron. Pero ahora me llego el momento y dije, pues como no me apure me voy a pasar la vida sin tener una, así que sin darme cuenta, me vi inmersa en una de elllas. Me entraron unas prisas enormes, no por recuperar el tiempo perdido, que aunque las madalenas me encantan, creo que lo que se pierde nunca se vuelve a encontrar a no ser que no valga nada. No, mi apuro fue por hacer lo que nunca hice y que sé que si no lo hago ahora no lo podré hacer jamás. Esto suena de lo más profundo. Y lo es. Asignaturas pendientes. Todos tenemos alguna, si pasas de cierta edad. Yo por tener tengo muchas, pero no voy a enumerarlas aquí, porque no sería ni didáctico ni entretenido. Pero si hay dos a las que estoy dedicando mis esfuerzos, o mejor dicho, parte de mi tiempo, porque si le dedicara todos mis esfuerzos no me vería como me veo. En primavera decidí que tenía que retomar mi etapa andariega, por salud, por placer y por estética, usease por cuestión bikini. Y empecé con mis paseos mañaneros. La verdad que es un gustazo, recién empieza la primavera salir a las ocho de la mañana, estrenando el día o como dice mi hermana, conocida aquí por Volty, abriendo la aldea. Sin darte cuenta cada vez andas más y más rápido. Es un poco complicado, porque yo vivo en una zona de cuestas y al principio "cuesta" mucho subirlas, por lo que hay que trazar un itinerario que te permita hacerlo al principio del paseo y poder relajarte después. Los primeros días te lo tomas en plan lúdico, disfrutas del paisaje, de los sonidos de los pájaros ligando, de las ardillas y sus correrías, porque por supuesto yo voy al monte, no me dedico a pasear por carreteras. Disfrutas de los colores, del amarillo del tojo y la xesta floreciendo, de los olores a campo, a estiercol fresco a veces, que aunque parezca lo contrario, no es un olor fétido. Todos los sentidos entran en juego. Pero, siempre hay un pero, empieza un buen día a roerte el gusanillo. Hagamos una pausa. El picor y el tamaño del gusanillo depende de cada uno. Hay personas que matan a su gusanillo con una onza de chocolate, o con una camiseta de Berska. Hay otras que necesitan un bolso de Prada o un kilo de turrón para acabar de rematarlo. Yo siempre digo que mi gusanillo es del tamaño del gusano de Dune, por lo que tengo que comer mucho queso, mucho dulce y salir muchas veces de compras con mi Pandilla. Pues bien, mi gusanillo comenzó a molestar. Ya que ando sin problemas, me hago los kilómetros que hagan falta sin cansarme demasiado y sin aburrirme, debería dar un paso adelante. Correr era sin duda el siguiente paso. Para colmo cayó en mis manos pecadoras el último libro de Murakami "De que hablo cuando hablo de correr" y definivamente acabé de convencerme. En mi edad adulta jamás había corrido, es más, pensaba que la gente estaba loca por hacer tamaño esfuerzo por la calle, hombre, con los buenos gimnasios que hay, en los que puedes llevar ropa de lo más glamurosa, correr por las calles con esas pintas horrrorosas. Porque en mi corta pero intensa experiencia, tengo observado que la ropa mona para correr no va conmigo, que mis zapatillas viejunas ya por el uso, mi sudadera de algodón roja y cuatro camisetas y un par de mallas cutres son sagradas y que no hay mañana plácida sin ellas. Y empecé a correr. Por supuesto me documenté antes. Para eso está internet. Al principio cuesta, te cansas, te ahogas, te sale el corazón por la boca mientras temes que no vuelva a entrar, pero una vez que coges el ritmo, la velocidad adecuada y te marcas unas metas se vuelve de lo más placentero. En primavera genial, en verano sudas más pero yendo muy temprano lo solucionas también. En otoño se empieza a complicar la cosa, pero cambias la mlla corta por la larga, la camiseta de tiras por la de manga y argucias parecidas. Pero empieza la lluvia y ante eso ya no hay que hacer. El paraguas no es práctico para correr y además es ridículo, sobre todo con viento. Y hoy llueve y mañana también y cuando te das cuenta pasan quince días y tienes que volver a ponerte en forma. A todo esto, yo como siempre, muy apresurada en todo y lo de los estiramientos no va conmigo, con lo que continuamente estoy con problemas en las rodillas. Hasta tuve que ir al médico, porque pensé que me había roto el menisco. Mi pomelo, mi hermana y todos mis familiares me dicen que con andar me llega, pero no, yo fiel a Murakami me grabé en mi cabeza las palabras que tiene dispuestas para su epitafio "Al menos aguantó sin caminar hasta el final", cuando me canso o empiezo a desfallecer las repito como un mantra y llego corriendo hasta casa, ante el asombro de mis vecinos que no pueden entender como una persona cabal puede volver a las nueve de la mañana sudorosa y agotada en vez de estar en la cama durmiendo. Ahora llevo varias semanas sin entrenar porque, sí ahora estoy entrenando. El otro día dije, en mi clase de inglés que me entreno para la maratón de Nueva York, pero en realidad lo estoy haciendo para la carrera popular que hay en septiembre en mi pueblo de nacimiento. A Nueva York hay que ir en avión, gastar unas pasta y correr una maratón de verdad y la carrera de mi pueblo son tres kilómetros, llegas en una hora y lo mejor de todo, le dan trofeos a todos lo corredores. Mi clase de inglés, esa es otra, pero de ella ya hablaré en el próximo capítulo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Cafés

Llegó la primavera y con ella los dolores de estómago, las alergias y la astenia. A mi las alergias no me afectan, porque aunque tengo muchos síndromes, alergias no tengo ninguna, porque el no comer marisco no es una alergia alimentaria es una asco psicológico que repercute en uno de mis síndromes. Pues eso, que como las golondrinas vuelvo a frecuentar lugares que tenía un poco abandonados este invierno, así retomo mi costumbre mañanera del café de mujeres. Aunque este invierno seguí tomando café a media mañana, lo hacía de modo más independiente, iba más tarde, quedaba con mi amiga, nos íbamos no sólo a la compra si no a veces a los mercadillos de lugares vecinos, es decir otro tipo de historia más lúdica y menos antropológica. Pero como el café de las diez y media se había convertido en café de las once con pastel, café de las doce con cruasan y agua de la una con nada (unos tacaños que no nos dan tapa), pues que no podía ser, que era excesivo, porque me criticaba mi envidiosa hermana, rabiosa por no poder recorrer los sesenta minutos que la separaban de mi disipada vida, el cotilla de Juan que seguía mis pasos a golpe de teléfono, mi mejor amiga que me llamaba al fijo por usar el teléfono del trabajo y no gastar en el móvil y nunca me encontraba en casa. Todos criticaban mis movimientos mañaneros, excepto por supuesto mi madre, a la que todas estas movidas encantaron la última temporada que pasó con nosotros, es más, se le hacían cortas y trataba de prolongarlas o de robarme la amiga, aunque de este tema hablaremos otro día. Pues como iba diciendo con la vuelta de la primavera, la marcha de mi madre y la proximidad del verano y la necesidad de bajar los tres kilos famosos de las festividades acumuladas de este invierno, decidí adelantar mi café, por lo que volví a la colación comunitaria. La verdad que no me defraudó nada este primer día de reunión. Cuando llegué ya había un grupo nutrido hablando de los hijos. Aquí fallo un poco, porque claro, como de eso nunca tuve, no puedo opinar mucho, aunque recurro a mi experiencia como tía y así cuento las gracias o desgracias de mis sobrinas y si no hay nada que contar, pues lo invento, porque como ya comenté en otra entrada que hice sobre este tipo de reuniones, si quieres obtener información, hay que aportar alguna también. Y si no que se lo cuenten a mi nueva adquisición. Con esto de la crisis, hay que pensar en ponerle tapas a los zapatos, porque al no comprar tantos se usan más los que ya se tienen, por lo que las suelas se gastan y hay que ponerle tapas. Pregunté por tanto, por un zapatero, en la reunión mañanera. Me indican dónde es, es decir, la casa que está la lado de la de no se quien, más conocido por no sé como, que tiene un "cancelo" marrón. ¿Tiene letrero en la puerta? pregunto yo, como haría cualquier persona civilizada, carcajada general y "ten letreiro, disque","está no cuberto e jrasias". Decidí que lo mejor era preguntar en el super dónde compro muchas veces y que queda por la zona. Me indicaron perfectamente dónde era y mientras yo iba me cortaron el jamón, me pesaron la fruta y me metieron todo en mi bolsa preciosísima de dibujo de verduras, regalo de mi sobrina La Mayor. Pues me voy al zapatero con mis botas preferidas. Es un señor mayor, rodeado de gomas, puntas, hormas, bolsas de plástico llenas de cosas, en un cubículo de muy pocos metros cuadrados, no podría precisar cuantos porque calculo tan mal, que una vez traté de meter en lo que yo pensaba era un buen salón, "porque vacíos los espacios parecen más pequeños" un tresillo (de aquella se decía tresillo, algunos, que otros decían trisillo), la mesa de la tele, un rincón de lectura, una mesa de comedor para ocho personas, varias estanterías, una mesa de trabajo y un equipo de música de los de antes dentro de uno de aquellos muebles horrorosos negros y con cristal ahumado, que nunca supe por qué tenía que ser ahumado ¿le daba vergüenza al tocadiscos que lo vieran?. La mesa de billar no, porque no la tenemos, me dijo el Pomelo, tras mostrarme que en quince metros cuadrados no caben todos esos muebles ni unos encima de otros. Por todo esto, no puedo especificar con precisión cuanto mide el cubículo del carpintero, sí decir que no es el "cuberto" entero, porque al lado hay una puerta a través de la cual vi a la mujer haciendo la comida. Pues bien, después de los buenos días, enseñarle las botas, explicarle lo que quería vino la parte técnica, qué tipo de goma para la suela y la urgencia del encargo. El zapatero ya me conquistó por supuesto. Por la tarde me las da si yo quiero. Así da gusto, porque no es un mostrador de un centro comercial dónde te ponen las tapas en un cuarto de hora, pegadas con una cola moderna sin mayor encanto. No, aquí es un trabajo artesanal, hecho a conciencia, en un lugar con un olor a caucho inigualable. Pero no quedó ahí la cuestión. Porque no sólo es solar unas botas, para hacerlo hay que saber la procedencia de las mismas. Con eso no me refiero a dónde las compré, no, se trata de saber a quien pertenecen. Es decir, le tuve que explicar dónde vivo, a quien le compré la casa, cuantos años llevo viviendo aquí etc etc etc. Ya lo echaba yo de menos, notaba que algo faltaba en mi vida ultimamente y era esto, un zapatero como es debido. El anterior que tuve, en mi antiguo lugar de residencia, era muy peculiar también. Trabajaba en un sitio muy parecido al de éste, aunque el otro estaba en una calle de un pueblo. También tenía una mujer vestida de negro que me miraba desde una cocina al lado del despacho de zapatos, también tenía gafas y era preguntón. Con el antiguo tenía más confianza ya que llevábamos años. Me arreglaba los zapatos como yo quería y charlábamos un ratito cuando los iba a recoger, me contaba los problemas de fontanería que tenían en su casa, como la bañera del único baño de la casa, que perdía por falta de uso, ya que solamente era utilizaba por el hijo cuando iba a verlos. Ya sé que de momento no voy a tener tanta intimidad con este zapatero, pero creo que con el tiempo podremos mantener una buena relación y que algún día su mujer me enseñará la cocina principal. Pero de momento no quiero hacerme ilusiones y mañana iré a buscar las botas y a ver que sucede. Por lo pronto me dijeron que es un poco "careiro", pero a eso ya estoy acostumbrada, porque el otro también lo era, aunque bueno, ¿qué es un euro de más comparado con lo que me aportan? La gente que no sabe apreciar lo que nos da la vida. Pero a lo que iba, la conversación mañanera. Hablaban de los hijos, pero para variar, no hablaban de lo malos que son los profesores o de lo maravillosos que son los nietos, sino de los nombres. Cuando de las Marías de los Dolores, de los Consuelos o de los Remedios se pasó a nombres más sonoros, más modernos y en muchos casos a más internacionales comenzaron los problemas. Vivo en una localidad en la que se habla mayoritariamente gallego y en una zona de gheada y seseo. Timidamente empezaron a aparecer Patrisias, Jabrieles y Serguios, pero hasta aquí era bueno de llevar, porque al fin y al cabo se entendían bien, porque es sabido que el el problema empezaba cuando se metían por el medio "los normativos" que cuando querían una lechuga pedían una leituga y obtenían la revista "lecturas". Pero el tema se complicó cuando se pasó a los compuestos y aparecieron los Fransiscos Gabieres y los Sesar A justo, aunque el no va más fue la sustitución de las Armónicas por Mónicas y las Mayonesas por Vanessas. Pero les estuvo muy bien a esos padres pretenciosos que trataron de distinguir primero a sus hijos y después a sus nietos de los demás. Por fortuna después vinieron los nombres en gallego, la mayoría de los cuales sí se sabían pronunciar, aunque lo más penoso de todo fue que quienes primero hicieron uso de ellos fueron castellano parlantes que venían de veraneo y fíjate tú, que no sabían pronunciar correctamente la x, con lo cual nuestro Xan pasó a ser San, Uxía a ser Usía y Xurxo algo tan complicado como el siseo de una cascabel. Pero bueno, el tiempo, la democracía y la buena convivencia hicieron que se fueran aprendiendo nuevas costumbres y se toleraran las viejas, con lo cual de nuevo vuelve a haber, Manolos, Remes, Mónicas, Xelos, Olaias y Cármenes en parques infantiles o playas, perfectamente pronunciados, unidos por supuesto, a los Cristales, Davinias y Ramiro Manuel que nos dejaron los seriales televisivos. Pero bueno, si el nombre es lo de menos, que después te lo van a sustituir por el diminutivo más absurdo o el apodo más tonto, sea tu madre llamándote Bebé cuando tienes bigote o tu novia llamándote Cari delante de los amigos. Pues eso, que total si vamos a usar el nombre de nuestro perro, o traducir el propio a klingon, o el de nuestro personaje de novela, de película o serie favorito para buscar un nick y firmar un blog, chatear o buscar un noviete por internet, que más da que nuestra abuela no sepa pronunciar nuestro nombre de pila o de registro civil. Que a mi el diminutivo me lo usarán en mi pueblo de nacimiento hasta que me muera, así tenga noventa años, use bigote y le de bastonazos a los niños por la calle. Y si no estoy contenta, lo que me queda será empachar a pastillas, que fue como describieron hoy el intento de suicidio de un pobre desgraciado al que le pesaba la vida. Por cierto, Caaal, haz que me depilen en el asilo.

domingo, 21 de febrero de 2010

Rosquillas

Pues que me moría por comer rosquillas, esas rosquillas de masita de freír y que saben a anís y que mucha gente hace por Carnavales. Bueno, creo que todo el mundo menos yo, porque como mi madre nunca las hacía pues yo tampoco. Pues eso, que me moría por comerlas y como no tengo quien me las haga pues las tuve que hacer yo misma. La verdad es que me salen muy buenas, pero tengo un problema muy gordo. Se rompen por la unión. Es decir, se hace una tira, se dobla y se unen los extremos, como una pescadilla que se muerde la cola, pobres, con su cabecita y sus ojos mirándonos y con esas mandíbulas agarrando el rabo, que me dan una pena terrible. Yo no las hago, porque ya es de todos conocidos que pezqueñines, no gracias, debes dejarlos crecer. Pero hay quien los compra, sin ir más lejos, una de mis amigas me dice el otro día, llevo aquí unas cariocas en dos bolsas, porque mi pescadera no quiere que se vean. Indignante, ya le dije que la iba a denunciar a ella y a su pescadera, a la que jamás volveré a comprar, si no las tiraba pero lo cierto que no me hizo caso y se las preparó para comer. Pero yo estaba hablando de las rosquillas. Que es cuestión de maña o de algo parecido, porque por mucho que las apriete, retuerza o pise con un tenedor, se siguen rompiendo. Ya probé a hacer un bollito y con un dedo hacer el agujero, pero no, no quedan igual y además es un coñazo. Por tanto hoy opté por hacer palitos, pero claro, entonces hay que responder a muchas preguntas. ¿Qué haces?, me dice mi madre que está pasando una temporada con nosotros. Rosquillas, contesto, no dice nada, pero me mira. ¿Qué hay de postre, pregunta Juan porque entra en la cocina y huele el anís. Rosquillas, contesto, estoy haciendo la masa . Pero cuando ya comidos llevo el postre a la mesa, vuelve a preguntar lo mismo, ¿Qué hay de postre?, rosquillas, ya te lo dije antes. Las mira. Por un momento piensa que el anís no estaba en la masa, sino en un copazo que me ayudaba a cocinar, pero sin pestañear, vuelve a preguntar ¿son estas? yo le digo, sí. Y las comemos. Buenísimas, como siempre. Además sucede que la aficionada a las masas, como toda la familia de mi padre, a la que también ha salido mi sobrina La Mayor, soy yo, por lo que me paso la tarde subiendo y bajando a la cocina al plato de rosquillas que me zampo enterito. Alguien pensará que sería más práctico subirlo, pero no, de esa manera pienso que con el trasiego de las escaleras perderé alguna de las calorías que ingiero. Pero vayamos al problema que nos ocupa. La forma de las rosquillas, a partir de hoy rosquilas redondas o rosquillas palo, que decididamente no me sale. Es como los regalos de Navidad, es decir, el problema de los paquetes. Mucha gente hace maravillas, si ir más lejos Volty. No le valen, hombre, los que te ponen en las tiendas, que para algo son profesionales, que zapatero con minúscula, a tus zapatos, que es a lo que se dedican, caramba, a vender y empaquetar. Pues no, ella hace mil filigranas. Un año hasta unas cajas customizó y qué cajas, que preciosas están para guardar cosas. Y a los regalos les añade piruletas y golosinas, todo en un revoltijo preciosísimo. Pero yo no, la verdad es que soy desastrosa. Todos los años compro papeles de regalo, cintas y escarapelas con la intención de hacer yo lo mismo. El problema empieza al cortar el papel. Hay que cortarlo sin que queden las marcas de los tijeretazos, que vaya derecho y que no se rasgue ni arrugue. Pues no. A mi por alguna razón se me tuerce y se agurruña. Una tarde entera me la paso luchando, ahora falta papel, tira un pliego, éste quedó escaso, tampoco sirve, que el rotulador no se ve en este papel, que es del mismo color. Porque esa es otra, las dichosas etiquetas para poner el nombre. Nunca sé dónde las venden y si las encuentro después no sé en qué sitio pegarlas, con lo cual vuelven a quedar fatal. A veces el Pomelo se compadece y me hace unos paquetes maravillosos, que por supuesto no cuela que yo sea su autora, con lo cual sigo quedando fatal. Y la verdad que me da pena, porque me encantaría hacer unos bonitos paquetes de regalo, pero bueno, si al final lo que importa es lo que hay dentro no sé por qué hay que darle tantas vueltas. Y este año sucedió lo mismo. Pero es yo creo que fue rizar el rizo o planchar lo alisado, que se lleva más. Mis paquetes como siempre, penosos. Pero los de ya se sabe quien, aquello era algo nunca visto. Papeles lisos y atados todos juntos con un cordón plateado y el remate final, una esponja de baño de colorines, una con un coche, otra un barquito... Algo que de verdad, digno de fotografiarse, pero no, todos como aves de rapiña, a abrir los regalos, por lo que no dio tiempo a la foto, que yo decía, que esperéis un poco, que quiero una foto, pero nada, que si te descuidabas te abrían los tuyo y se apropiaban de todo, que son buenos. En conclusión, que como todos ya sabéis, el interior es lo que cuenta, sea de las rosquillas, los paquetes de regalo o las personas, aunque las rosquillas redondas, los regalos bien presentados o un hombre bueno e inteligente, pero con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de Cristiano Ronaldo y la Visa de un emir están mucho mejor.