domingo, 21 de febrero de 2010

Rosquillas

Pues que me moría por comer rosquillas, esas rosquillas de masita de freír y que saben a anís y que mucha gente hace por Carnavales. Bueno, creo que todo el mundo menos yo, porque como mi madre nunca las hacía pues yo tampoco. Pues eso, que me moría por comerlas y como no tengo quien me las haga pues las tuve que hacer yo misma. La verdad es que me salen muy buenas, pero tengo un problema muy gordo. Se rompen por la unión. Es decir, se hace una tira, se dobla y se unen los extremos, como una pescadilla que se muerde la cola, pobres, con su cabecita y sus ojos mirándonos y con esas mandíbulas agarrando el rabo, que me dan una pena terrible. Yo no las hago, porque ya es de todos conocidos que pezqueñines, no gracias, debes dejarlos crecer. Pero hay quien los compra, sin ir más lejos, una de mis amigas me dice el otro día, llevo aquí unas cariocas en dos bolsas, porque mi pescadera no quiere que se vean. Indignante, ya le dije que la iba a denunciar a ella y a su pescadera, a la que jamás volveré a comprar, si no las tiraba pero lo cierto que no me hizo caso y se las preparó para comer. Pero yo estaba hablando de las rosquillas. Que es cuestión de maña o de algo parecido, porque por mucho que las apriete, retuerza o pise con un tenedor, se siguen rompiendo. Ya probé a hacer un bollito y con un dedo hacer el agujero, pero no, no quedan igual y además es un coñazo. Por tanto hoy opté por hacer palitos, pero claro, entonces hay que responder a muchas preguntas. ¿Qué haces?, me dice mi madre que está pasando una temporada con nosotros. Rosquillas, contesto, no dice nada, pero me mira. ¿Qué hay de postre, pregunta Juan porque entra en la cocina y huele el anís. Rosquillas, contesto, estoy haciendo la masa . Pero cuando ya comidos llevo el postre a la mesa, vuelve a preguntar lo mismo, ¿Qué hay de postre?, rosquillas, ya te lo dije antes. Las mira. Por un momento piensa que el anís no estaba en la masa, sino en un copazo que me ayudaba a cocinar, pero sin pestañear, vuelve a preguntar ¿son estas? yo le digo, sí. Y las comemos. Buenísimas, como siempre. Además sucede que la aficionada a las masas, como toda la familia de mi padre, a la que también ha salido mi sobrina La Mayor, soy yo, por lo que me paso la tarde subiendo y bajando a la cocina al plato de rosquillas que me zampo enterito. Alguien pensará que sería más práctico subirlo, pero no, de esa manera pienso que con el trasiego de las escaleras perderé alguna de las calorías que ingiero. Pero vayamos al problema que nos ocupa. La forma de las rosquillas, a partir de hoy rosquilas redondas o rosquillas palo, que decididamente no me sale. Es como los regalos de Navidad, es decir, el problema de los paquetes. Mucha gente hace maravillas, si ir más lejos Volty. No le valen, hombre, los que te ponen en las tiendas, que para algo son profesionales, que zapatero con minúscula, a tus zapatos, que es a lo que se dedican, caramba, a vender y empaquetar. Pues no, ella hace mil filigranas. Un año hasta unas cajas customizó y qué cajas, que preciosas están para guardar cosas. Y a los regalos les añade piruletas y golosinas, todo en un revoltijo preciosísimo. Pero yo no, la verdad es que soy desastrosa. Todos los años compro papeles de regalo, cintas y escarapelas con la intención de hacer yo lo mismo. El problema empieza al cortar el papel. Hay que cortarlo sin que queden las marcas de los tijeretazos, que vaya derecho y que no se rasgue ni arrugue. Pues no. A mi por alguna razón se me tuerce y se agurruña. Una tarde entera me la paso luchando, ahora falta papel, tira un pliego, éste quedó escaso, tampoco sirve, que el rotulador no se ve en este papel, que es del mismo color. Porque esa es otra, las dichosas etiquetas para poner el nombre. Nunca sé dónde las venden y si las encuentro después no sé en qué sitio pegarlas, con lo cual vuelven a quedar fatal. A veces el Pomelo se compadece y me hace unos paquetes maravillosos, que por supuesto no cuela que yo sea su autora, con lo cual sigo quedando fatal. Y la verdad que me da pena, porque me encantaría hacer unos bonitos paquetes de regalo, pero bueno, si al final lo que importa es lo que hay dentro no sé por qué hay que darle tantas vueltas. Y este año sucedió lo mismo. Pero es yo creo que fue rizar el rizo o planchar lo alisado, que se lleva más. Mis paquetes como siempre, penosos. Pero los de ya se sabe quien, aquello era algo nunca visto. Papeles lisos y atados todos juntos con un cordón plateado y el remate final, una esponja de baño de colorines, una con un coche, otra un barquito... Algo que de verdad, digno de fotografiarse, pero no, todos como aves de rapiña, a abrir los regalos, por lo que no dio tiempo a la foto, que yo decía, que esperéis un poco, que quiero una foto, pero nada, que si te descuidabas te abrían los tuyo y se apropiaban de todo, que son buenos. En conclusión, que como todos ya sabéis, el interior es lo que cuenta, sea de las rosquillas, los paquetes de regalo o las personas, aunque las rosquillas redondas, los regalos bien presentados o un hombre bueno e inteligente, pero con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de Cristiano Ronaldo y la Visa de un emir están mucho mejor.

lunes, 15 de febrero de 2010

Kilos y años

Mi sobrina La Mayor, es un poco obsesiva con la privacidad, por lo que nunca deja que cuelgues una fota suya en internet. Su madre, en cambio, dice que si está favorecida, no le importa, a lo que su hija le contesta que nunca se sabe si usaran esa foto para el antes del después. Su madre le responde, que jamás le sucederá, que ella siempre sería el después, a lo que su primogénita apostilla que cuando la autoestima llega hasta el techo hay que tener cuidado de que no se desplome y llegue al sótano. Pero no hay por que ponerse tan dramáticos. Yo, antes de Navidad, pesaba tres kilos menos, después son tres más. Antes de Carnavales, pesaré tres menos de lo que pesaré después. Pero viene la Semana Santa y me pasará lo mismo. Con lo cual la pregunta es ¿Cuantos kilos pesaré antes del verano? y si gano otros tres, como en cada puente, vacación o celebración, cuando lleguen las próximas Navidades, ¿Qué será de mi? Es horroroso porque la figura maravillosa, o a mi me lo parece, que conservé todos estos años de repente ya no existe, soy un amasijo de grasa porque unicamente gané tres kilos en Navidades. ¿Hay injusticia mayor? Es decir, si pongo una foto mía de noviembre, la foto del antes, y otra de noviembre del año que viene, es decir, la foto del después, me separarán un montón de kilos, que en realidad sólo serán tres, pero multiplicados por todas las festividades del año. Terrible, si lo pensamos. Pero este antes y este después están a la inversa. Cuando se prometen milagros no es en este orden, sino el contrario. Con lo cual, mi foto del antes sería la del 2010 y la del después la del 2009, para que después te fíes de la publicidad, por algo dicen que es engañosa. Cambiaron el orden cronológico de mis fotos y se quedaron tan anchos, porque que yo sepa, la máquina del tiempo se quedó en la novela y las pelis, porque nadie hasta ahora consiguió viajar en ella y que me expliquen como alguien, los publicistas, se hicieron con unas fotos que ni siquiera me hice. Concluyendo, que mi sobrina es una inventadora de leyendas urbanas, porque nadie se apropia de tus fotos para esos menesteres y que mi pobre Juan no hace ningún mal colgando algún que otro retrato. Pero esa es otra. Si te paras a mirar en las fotos de toda tu vida, sobre todo cuando tienes una edad, te das cuenta que aunque te reconozcas en ellas, porque vamos ni estás pedo ni tienes tan mal la vista, sí te sucede una cosa, que resulta que te percatas de que el espejo te engaña, porque la de las fotos no eres tú. Vamos, que salvo alguna arruga que, bueno, hace unos años no estaba y la caída de la cara, de la que creo haber hablado en otra entrada, más o menos tú te encuentra como siempre. Hombre, no como cuando hiciste la primera comunión, que en aquel entonces todos los niños la hacíamos, pero más o menos como fuiste siempre desde que ingresaste en la edad adulta. Pues no, siento decir que no es así, pero ni remotamente. Puedes mirar las fotos de cuando estabas en la Universidad y verás que no, que esa cara no es la tuya. Mira después la de la boda, que también por aquella época nos casábamos todos, y verás que pasa lo mismo, aunque bueno, no mires para el traje si te casaste en los ochenta como yo, porque, ¡qué daño a la retina pueden hacer aquellas hombreras!, que barbaridad. Pues tengo que repetir mil veces que no, que la de las fotos no eres tú, que tú eres la que está en el espejo ahora, vamos, que no vale la pena retratarse, porque si trato de recordar mi pasado, me veo a mi misma con la cara de ahora. Por lo cual, no creas como hice yo a una antigua compañera de bachillerato que me encontré hace poco, después de veinte años sin vernos, que no se cansaba de repetir estás igual que siempre, porque es falso. No le creas a quien te diga que tienes la misma cara que cuando eras pequeña porque no es cierto, ni a tu chico que te dice que tienes la misma sonrisa que cuando te conoció. La de las fotos y tú sois dos personas distintas, por mucho que te pese. Así que ya sabes, cuando preguntes espejito, espejito, quien es la más guapa del reino, no esperes que te conteste, Blancanieves, no, porque Blancanieves ya creció y se convirtió en bruja, que es como nos sentimos las mujeres de cierta edad, cuando miramos las fotos del pasado.