sábado, 28 de noviembre de 2009

Ejercicio

Dicen que el ejercicio físico es fundamental para la buena salud física y mental, así como básico para mantener un cuerpo flexible y firme. Pues hasta tendrán razón y todo. Lo que está claro es que unos nacen para sacrificarse y disfrutar con ello, es decir, masoquistas y otros para cultivar la buena mesa y el descanso. Pero como al fin y al cabo recibí una educación cristiana, pues no me quedó más remedio que enfrentarme al hecho de que hay, de una manera o de otra, que mortificarse. Este convencimiento me vino con los años, parejo a la decrepitud de mi físico. Fui de las pocas personas que suspendían gimnasia y no por ser excesivamente torpe, sino porque aquello me parecía un horror, que si volteretas laterales, que si saltar el plinton, aquel instrumento de tortura lleno de cajones, que si la barra de equilibrio y lo peor de todo, el pino, en que dos de tus compañeras te sujetaban la piernas allá arriba y tú cabeza abajo.... Es decir, yo que cada vez le tengo más miedo al avión por no poder ser el piloto, ¿iba a consentir, en una posición que desafía a la gravedad de esa manera, perder el control para dejárselo a dos condiscípulas? ¿y si les caía mal?¿y si les daba un mareo? Hombre ya, acabar con la cabeza contra el suelo y reventar como una cidra cualquiera, no faltaría más. Por todo ello se amargaron mis días de instituto. Hacerme un esguince en un pie es lo que deseaba más en el mundo. A todo esto, vestida con un horroroso chandal como de espuma. Ahora si lo pienso, no estaba mal el diseño, muy setentero, pero el tejido..., se pegaba a todas partes y al mismo tiempo quedaba rígido, frío, tan sintético que da dentera pensárselo y de color azul marino con una raya blanca en el pantalón y dos en el cuello de la chaqueta. A todo esto cámbiate en unos vestuarios gélidos, eso en la segunda época de mi bachillerato, que en la primera teníamos una habitación de una especie de garaje. Una tortura. Lo que no sé es lo que llevábamos en los pies. En cuanto pude me olvidé de todo esto. Pero hete aquí que vienen los años noventa y con ellos la moda de los gimnasios y de estar tonificado, delgado y duro. Allá me fui al gimnasio. No contaré que fue un éxito, que me reconcilié con el ejercicio físico, y que esculpí mi cuerpo como una modelo, bueno no hay que exagerar, pero vamos, que me sentó de maravilla. Claro, nada que ver con el chandal de espuma. Por aquel entonces se llevaban las mallas de licra. Un poema. Qué monos eran mis conjuntos. Malla entera con body-tanga por encima. Malla a la cintura con body de cuello alto en azul eléctrico. Y varios así. No tengo fotos, mejor. Fueron unos buenos años, en los que hice buenas amistades y descubrí que un abdomen liso es bueno para todo, hasta para entrar en quirófano en la camilla, no de cirujano que por ver Anatomía de Grey no te dan el título. Pero el gimnasio cerró, por lo que me quedé sin mis horas de ejercicio, aunque bueno, yo tenía a mi primera perra, por lo que daba grandes paseos por el monte. Como no quiero aburrir, diré que cuando me quedé sin la ultima perra, porque mi mala suerte con los animales es proverbial, se acabó mi etapa andariega. Únicamente los paseos por la playa en verano, esos paseos que tanto añoro ahora en invierno, con buena lectura y accidentes digitales. Pero en mi horizonte deportivo aparece la piscina. Pero esto se está haciendo muy largo y lo dejaré para otro día, porque lo de la piscina no tiene desperdicio. Pero, ¿dónde se vio que entre largo y largo tengas que saludar? Que me están volviendo loca estos jubilados.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Nostalgia

Parece ser que cuando te vas volviendo mayor, recuerdas con mayor precisión los aconteceres de tu vida. Yo tengo muy mala memoria, es más, no recuerdo casi nada. Tengo amigas que rememoran con total exactitud aquel día de verano, lo que llevabas puesto y el estado de la mar. Yo no, no sé si el día era lluvioso, si mi pantalón era vaquero o llevaba una de aquellas faldas largas indias que usé en los primeros años de mi juventud. Es más, ni recuerdo aquel día ni aquel verano ni nada que se le aproxime. Nunca me importó demasiado, nunca fui muy dada a recordar hasta que me volví "más mayor". Total que más daba, si contaba con aquellas amigas elefantes, no por su volumen, sino por su memoria. Siempre hay ayudas para los recuerdos. Las fotos, por ejemplo. Ahora con lo digital, no hay problema ninguno, tiras cien fotos y captas cada gesto, cada inflexión de la cara. En mis tiempos, de carrete y costaba dinero revelarlas, con lo cual había que mirar mucho lo qué afotabas. Hay gente muy cuidadosa, que tiene sus fotos en álbumes, en la estantería y sin polvo. Yo no. Mis antiguas fotos en papel, están en una caja de zapatos algunas, otras posadas en una estantería, porque se van a escanear algún día que nunca llega y las más en cualquier montón de papeles encima de alguna mesa, porque se cogieron para mirar o enseñar y nunca más volvieron a su sitio. Perdí una foto estos días, una foto que me rescataba un recuerdo. Pero me es igual. Si llego a ser vieja de verdad, como mi genética me lo indica, me acordaré de aquel día y de muchos más. Pienso que podré acordarme del pasado como si fuese una película. Y si no es así ¿a quien le importa? ¿De qué valen los recuerdos, si no están las personas con quien los viviste para poder compartirlos?

domingo, 8 de noviembre de 2009

Pequeñas transgresiones


La vida se compone de pequeñas transgresiones. Y ojo, o como vi un día en un letrero de advertencia para que fuese más efectivo, ¡¡HOJO!!, que ya son ganas de complicarlo todo, que ya hablaremos con calma de la ortografía, porque ahora estamos hablando de moral, pues eso ¡ojo!, que digo pequeñas, porque si fuesen grandes estaríamos hablando de delincuencia y hasta ahora somos todos muy honrados. Los pequeños hurtos, por ejemplo. No sé si será en todas las épocas, pero en mi muy reciente juventud estaba de moda la mangancia, es decir, el afanar en las tiendas. Curiosamente, cuanto más pijo se era más se mangaba. Recuerdo que se contaba con gran admiración, que unos amigos, que iban a un renombrado colegio de pago, se habían llevado una tienda de campaña que estaba expuesta en unos almacenes de la capital, de nuestra capital, ya desaparecidos: Simago, a los que la gente apodaba "Simango". Por aquel entonces, a mí ya me parecía excesivo y ahora, por supuesto, me parece un puro disparate, pero eran los finales de los setenta, cuando la gente necesitaba alguna vía de escape del orden establecido, máxime estando en el final de la adolescencia. Yo, la verdad, nunca fui muy ladronzuela, no sé si porque mi rebeldía la encauzaba de otras maneras más idealistas o bien porque nunca fui demasiado hábil en eso de poner cara de póker, pero creo que me llevé una chocolatina de un supermercado y una camiseta, pero eso ya en la edad adulta y fue porque se me quedó en el fondo del carro. Ah, y un calendario del Papa en Roma, pero porque había unas colas muy largas en el puesto de souvenirs y como seguro que la Iglesia se llevaba royaltyes, pues eso, que ya bastante nos habían cobrado en el Vaticano y por la molestia de tenerme que cubrir los hombros con una bolsa de la compra. Pero sí que en todos nosotros hay un punto canalla. Recuerdo que las latas de anchoa y otras delicatessen para nuestros paladares estudiantiles provenían del arte rateril de nuestro cocinero y su pinche, que después se tomaban un vino a la salud de los comensales, que para vinos y copas siempre hubo, vamos hombre, que hay que disfrutar de los años mozos, que pronto se acaban y que con el tiempo, por un gintonic compartido con una buena amiga acabas con una resaca que te dura dos días. Lo que nos volvemos con la vida ordenada. Pero no sólo de pan vive el hombre ni de robos cutres tampoco. El adulterio ya no se contempla en el código penal, pero sigue sin ser nada recomendable para la estética de la cabeza. En teoría, todos le somos fieles a la pareja, pero un coqueteo con el del puesto del mercadillo o un intercambio de mensajes con un viejo amigo o una conversación subida de tono en un chat o por el facebook, no son infidelidades ni motivo de separación, pero sí son parte de los pecadillos de la vida cotidiana. Es como la alimentación sana. Yo soy muy estricta con lo que como, procuro tener como base de mi dieta fruta y verdura, proteína de calidad e hidratos de carbono, en su justa medida. Pero claro, hay temporadas, estados de ánimo y situaciones de la vida. Que estamos en otoño, los días se acortan, la luz cada vez es más escasa...y se acerca la Navidad y yo adoro los polvorones, y el turrón de chocolate y el de Jijona y todos, todos, todos los dulces de esta época, excepto el mazapán, aunque si es muy bueno hasta lo tomo. Otra transgresión más. Pero vayamos a las conclusiones. La vida se compone de esos momentos, de aquel día que nos fuimos del bar sin pagar ( ya contaré en otra ocasión como nos vino a buscar el camarero a la calle) , de coquetear con el portero de la discoteca para poder entrar gratis, de meterte vestida en la cama para que tu padre no se diese cuenta de que acabas de llegar a las cinco de la mañana, de decirle a tu mejor amiga que no te apetece demasiado salir porque esperas que te llame el chico del que te enamoraste perdidamente el día anterior ... De mentiras, engaños y desleataldes se compone la salsa de la vida, que aunque de yogur y de honradez sea más sana, de vez en cuando hay que añadirle una pizca de pimienta. Pero cuidado, que el picante en exceso es dañino y que ver una comedia romántica debajo de una manta en una tarde de domingo lluviosa, con tu pareja de toda la vida, no hay dinero que lo pague; aunque bueno, caminar subida a unos Christian Louboutin del brazo de George Clooney por las calles de Nueva York no sé yo...