viernes, 30 de diciembre de 2011

Bodas y locas.

Yo ya no sé si el stargate de mi casa se habrá trasladado al mundo en general y yo me dedico a viajar, aunque no a mundos alienígenas que sería lo normal, sino a universos alternativos. Eso o que estoy mayor y no entiendo nada. Mayor, seré sincera por una vez ante mi misma y el mundo, lo soy porque si no ya me direis como iba a estar celebrando mis bodas de plata. Vamos, sería la boda boda y estaría pensando en miles de tules, regalos para los invitados y cosas por el estilo. Otro de mis negocios fallidos, organizadora de bodas. No hay nada que canse más que organizar tal evento, digo yo, por lo que oigo decir a la gente. Que si pruebas del vestido, que si degustaciones de platos del banquete, que si ensayos de la ceremonia... Hace veinticinco años, yo me probé un vestido por la mañana y me lo llevé por la tarde, el banquete lo decidimos en una libreta a base de anotar kilos de cigalas...pero claro soy una antigüedad. Por eso, ya que resolví tan bien el casorio, creo que le facilitaría mucho la boda a estos incautos que la celebran como si fuese el día más feliz de su vida...Para que engañarnos, yo soy más feliz cualquier día que me voy de compras o un domingo por la mañana del mes de junio con mi maravillosa playa libertaria para mi sola, o esas tardes de domingo en que mi Pomelo y yo nos comemos medio litro de helado a cucharadas mientras vemos una serie en la tele. Pues eso, lo de las bodas de plata, otra historia que se monta la gente. Que si comidas con la familia, que si regalos a la pareja, que si cenas con los amigos y hasta hay quien renueva los votos. Yo ni comidas, ni cenas ni regalos, esto último porque no coló, que me dice mi Pomelo que la felicidad es compartida y que como él no quiere nada de plata pues que tampoco me va a hacer regalo alguno. En cuanto a votos, los únicos que renové estos días fue el electoral, que sólo tengo uno por desgracia, que tal como han ido las cosas, vendría muy bien que tuviese una docena. Pero algo había que hacer, que son muchos años, bueno años no tanto, sólo veinticinco, más son días, uno tras otro hasta un total que no voy a hacer la cuenta, pero supongo que muchísimos y unos buenos y otros malos y muchos ni fu ni fa. Decidimos, más bien decidí yo, irnos a un balneario. Al Pomelo le gustan muchos las aguas sulfuradas y calentitas y como estaba tan mal tiempo pensé que sería lo mejor, porque esta temporada no andamos muy boyantes economicamente y no estamos para pensar en viajes . Planifiqué muy bien las cosas, busqué uno de los mejores balnearios de Galicia e hice la reserva. La verdad que como organizadora de bodas valdré, pero está claro que para lunas de miel no. No conté con que el mes de Octubre es el mes de los viajes del imserso. Estaba tomado, el balneario estaba tomado por grupos de sesenta y cinco para arriba que se hacían dueños de la piscina y los chorros, de los pasillos y zonas comunes y hasta del restaurante para viajeros desofertados como nosotros, porque tenía zona de cafetería y allí jugaban las partidas. Y no se privaban de hablar, alborotar y juerguear. No fuimos los únicos incautos. Cuando yo me consolaba pensando que por lo menos yo era la más delgada y más joven de toda la piscina, apareció una parejita joven en el recinto. Yo estaba mirando a la puerta de entrada, por eso casi me dio un ataque de risa cuando vi la cara de horror que puso la chica. Vamos, yo creo que se puso tan pálida como los vampiros de Crepúsculo o los de True Blood, más de mi gusto esta última. Tardó un tiempo en desprenderse de su albornoz y pudimos ver los del imserso y nosotros que llevaba un mini biquini plateado. Si miró las fotos del hotel en internet como hice yo, vería una piscina iluminada por luz tenue y vacía, muy apropiada para ir de bikini plata y retozar con tu pareja en las aguas térmicas de los jacuzzis. Pero por supuesto eso era sólo en la foto. Su pareja desde dentro de la piscina no hacía más que pedirle que entrara. Lo dudó, pero al final se metió. Creo que supo enfrentarse al contratiempo, pensando que si ya estaba todo perdido, por lo menos conseguir salvar algo, que fue lo que me dijo mi Pomelo cuando yo no paraba de protestar. A fin de cuentas ella sí que era la más delgada, más joven y más mona de toda la piscina. Tuvieron su recompensa, porque los viejorros se marcharon pronto, porque su horario de cena estaba fijado para una hora temprana y nosotros decidimos que dejarles la piscina para ellos sería nuestra buena obra del día. Pero no era esto de lo que yo quería hablar. En la habitación había un stargate de color verde en el techo, redondo y que fue el culpable de que yo no pudiera pegar ojo en toda la noche y que nos trasladó al universo alternativo de Cocoon en el que nuestros pensionistas no paraban de alborotar por los pasillos, aunque la verdad, no rejuveneció sus próstatas porque las cisternas sonaban estruendosamente cada dos horas. Aunque esto no es nada comparable a lo que nos sucedió a mi hermana y a mi el otro día. Veníamos de resolver unos trámites burocráticos de unos familiares, cuando decidimos subirnos a un autobús urbano. Cierto es que hacía años que no nos subíamos a uno, porque solemos utilizar el coche o bien nos movemos por Santiago en la que todo está la alcance de la mano, pero esto era en A Coruña, ciudad más grande. Subimos a un bus prácticamente vacío. Las dos íbamos concentradas en los papeles que teníamos que solicitar y en ir pendientes del exterior para reconocer nuestra parada. De repente nos interrumpe una señora. Nos pregunta abruptamente si no tenemos costumbre de dejarle el sitio a los ancianos. Miramos a nuestro alrededor y no había ninguno, es más el autobús seguía medio vacío. Y prosigue su alegato a voz en grito diciendo que por nuestro lado pasaron dos y que tuvo que dejarles ella su asiento, no sabemos si los dos se sentaron uno encima del otro o fue en dos momentos diferentes del viaje. Ante mi protesta de que no vimos a ninguno, nos dice que en el autobús hay que ir muy pendientes de todo el que sube. Mi hermana me dice que ni caso, que no me ponga a discutir con ella que seguro que está un poco trastornada. No, le digo, es que tiene el síndrome de Pilar Bardem, que es creerse en posesión de la conciencia colectiva e ir dando por la vida lecciones de moral a todo el que se tercie, y como esta señora no tiene un micrófono de prensa a su alcance utiliza los autobuses dónde siempre hay público. Pero mi hermana, una persona muy discreta, desde ese día no deja que nos sentemos en los transportes públicos, aunque vaya de tacón y con cincuenta bolsas en la mano, por si acaso, que nunca se sabe cuando aparecerá de nuevo. Pero lo que yo no sabía es que esa señora no se mueve únicamente en los buses, no, también se dedica al tren. Como allí todo el mundo lleva su billete numerado, aunque desde aquí me dirijo a todo los viajeros de este medio de locomoción: el número de asiento indica dónde te tienes que sentar, no está allí de adorno, hombre, que cada uno se sienta dónde quiere. Cuando vas a ocupar tu asiento, resulta que está alguien sentado y por no molestar no lo mandas levantarse, te sientas en cualquier asiento y después viene la loca del autobús-tren, metro porque no hay, que hace que te levantes porque ése es su asiento y dios te libre de poner en el de al lado tu bolso, mochila o paquetes, que se empeña en sentarse a tu lado. Mi sobrina la Mayor me dirá que ya estoy inventando, que no es la misma, pero claro, como ella no sabe lo de los stargates pues no se da cuenta que es así como la señora en cuestión se desplaza. Ahora que lo pienso, seguro que era ella aquella que estaba en la piscina del balneario mirando con cara censora el bikini plateado. Pero claro, es que con gorro de piscina somos todos como extraterrestres, por eso no la reconocí. Ya lo sabéis, cuidado con los stargates, con las señoras con síndromes complicados y con las bodas. Para estas últimas, me podéis contratar para que os las organice, el viaje no, que seguro que os mando al castillo de irás y no volverás por lo menos.

jueves, 13 de octubre de 2011

Sucederes

Tengo mucho que contar, ya que últimamente no me pasé mucho por aquí, claro que este últimamente tiene una duración de varios meses. Para empezar mi pobre ordenador de sobremesa feneció y aunque todavía sigue de cuerpo presente, hasta hace poco, un par de días, seguía enchufado. De noche te levantabas a algo y seguías viendo la luz del ratón iluminado el salón. Fuegos fatuos, le dije yo a mi Pomelo, hay que acabar con esto, porque además se incrementa el recibo de luz. Ante esto último lo apagó. Al desván no fue, como habían ido los anteriores, porque lo acabo de ordenar. Sigue habiendo trastos, pero son trastos dignos, es decir, colecciones de comics, revistas de arte, herramientas y objetos más o menos útiles, todos ellos en sus cajas clasificados y limpios. Ya no hay toda la inmundicia que sobraba y no tirabas por pereza. Me deshice como de unos cuatro ordenadores, miles de revistas de decoración de cuando compramos la casa y cientos de cosas por el estilo. Cuando acabé, después de tres días de viajes a los contenedores de reciclaje oportunos (que quede claro), le comuniqué a mi Pomelo que ya me podía morir tranquila. Me contestó que de haberlo sabido lo hubiera ordenado él antes, que siempre quiso ser un viudo joven y ahora ya le coge calvo. En fin. Después de tan ímprobo trabajo, ya no dejo subir nada al desván, así que cuando este último ordenador estiró el teclado decidí que prefiero tenerlo en la mesa que contaminar mi obra maestra. Lo que quería decir, es que hago por primera vez una entrada desde el ordenador portátil, que ya tenía desde hace un par de años pensando en los viajes, que por cierto nunca viajo, lo que me resulta un poco incómodo porque adoro los teclados amplios que pueda aporrear como si de una máquina de escribir se tratase, que para algo tengo ya una edad. Aunque bueno, nunca usé mucho la máquina de escribir. Es como lo de las marchas del coche. Mi hermana me decía el otro día que parece que conduzco un camión, por la forma en que las cambio. Nunca conduje un camión, aunque a mi hermana, conocida por Volty, no se le puede hacer mucho caso porque interpreta la realidad un poco a su manera, aunque sí tiene razón cuando dice que el único hombre que puede permitirse el lujo de ir con una camiseta vieja y barba de tres días sin parecer un guarro es Miguel Bosé, se extralimita al decir que le dan un poco de repelús esas tumbonas como camas que hay en los hoteles y playas de lujo, porque sabe dios cuantos bañadores mojados se habrán tumbado en ellas. A todo esto, no sé adonde me dirijo con estas cosas que estoy contando. Será la falta de práctica, pero cuando empecé a escribir sabía lo que quería contar y ahora ya no me acuerdo. Aunque bueno, para eso tengo dos maravillosas y minúsculas libretitas que es donde apunto todos los sucesos extraños que me van sucediendo fuera y dentro de casa. Porque ahora no es sólo cuando salgo a tomar cafelitos que me persiguen los sucesos extraordinarios. Resulta que en casa tenemos un Stargate y no lo sabíamos. El cabecero de nuestra cama es de obra, de pladur, no de ladrillos ni materiales nobles, que uno anda escaso de dinero. Pues lo que nos pasó ahí atrás fue algo inaudito. Mi pobre Pomelo (hoy ya lo cité tres veces) es un poco cegato, por decirlo con cariño, pero un poco de unas siete dioptrías por lo menos. Lo primero que hace antes de levantarse es ponerse las gafas. Alarga el brazo hacia el sitio dónde las deja, que es un estante del cabecero (no pongo una foto porque el que nos hizo la casa era un constructor-artista y lo hizo como le dio la gana. No vigilábamos mucho, la verdad) y no las encuentra. Me llama para que las busque y no están. Miro por el suelo, entre los cables, entre las sábanas, debajo de la almohada y no aparecen. ¡¡¡¡Que no están!!! Como el pobre tenía que ducharse, desayunar etc etc antes de irse a trabajar, le busqué las de repuesto para que pudiese valerse por si mismo y yo seguí buscando. Nada. Entre los dos estuvimos más de media hora. Ante tal horror decide llamar a la oficina para avisar que llega un poco tarde, cuando allí estaban, en el sitio dónde las deja siempre y que ya habíamos mirado como tropecientas veces. Un Stargate, le dije, lo tenemos en el cabecero y no lo sabíamos. Yo estaba ya toda ilusionada, pensando a que mundos habrían ido durante toda la noche las gafas, a dónde podríamos ir nosotros sin tener que usar avión y si cabríamos por el stargate o tendríamos que buscar la manera de ampliarlo, cuando me dice que no, que lo pasó es que se debieron liar con los cables que van a los enchufes y quedar escondidas hacia la parte de atrás. Mi gozo en un pozo, la verdad es que me da bastante menos miedo usar un stargate que ir en avión, no hay aterrizajes ni despegues, ni baches, ni pájaros a los que atropellar y además tampoco te pierden el equipaje porque lo llevas contigo. Aunque bueno, casi me seduce más el teletransportador de Star Trek, porque digan lo que digan para mi que el stargate te deja el pelo encrespado.

sábado, 9 de abril de 2011

Pequeñeces

La demencia de tempranillo, frase genial con la que me deleitó el otro día mi sobrina la mayor. No, no voy a frivolizar con temas tan serios como son las enfermedades mentales o el alcoholismo, pero es que estábamos hablando de una persona a la que ultimamente veíamos enloquecida y cada vez más aficionada al frasco. Frases así o esos momentos únicos son los que nos reconcilian con la vida si es que alguna vez nos enfadamos con ella. El otro día, que es un decir porque ya fue hace bastantes muchos, viví uno de ellos que me hizo aplaudir y llevarme un subidón de adrenalina como pocos. Un pobre gatito se había colado en el interior del pozo de unos vecinos. Vivir en el campo es muy bonito, mis cafelitos son muy edificantes, que las vecinas te hablen de "circar o culebrillo", dicho con el seseo de la zona, refiriéndose a una manera arcaica de curar el herpes te hace pensar que vives dentro de una serie, pero cuando te enfrentas a lo más duro de esta forma de vida, cambia la historia. Que un gato maúlle pidiendo socorro porque está prisionero en un repecho de un pozo y no puede salir a nadie le importa lo más mínimo. Otros ya habrán caído, total el pozo ya no se usa. Y tú te sientes fatal porque además ese pozo está en un recinto cerrado con una puerta y nadie te la quiere abrir. Pero de repente todo cambia, porque llega Superman y abre la puerta con una especie de ganzúa y coge una escalera y la mete en el pozo y ves un gatito negro que se tira al agua y sube por los escalones y espera. Al subir a pulso la escalera, el gatito llega al brocal, salta todo mojado y se marcha corriendo, feliz de estar fuera de ese horror. Y te ríes y aplaudes y abrazas a tu superhéroe y te sientes la mujer más afortunada de la tierra por un momento. Un momento mágico, único, en el que tu chico te hace sentir que vale la pena todo por ver a ese gatito libre y aunque tu héroe no tenga ni mallas ni capa, afortunadamente, porque para que nos vamos a engañar, mi Pomelo no quedaría muy bien en mallas, porque aunque es alto y bien proporcionado, los años no perdonan el contorno de la cintura, en ese momento vamos, ni George Cloony vestido de Batman se le puede comparar. Es que lo de los animales es un poco extraño. Quien nos iba a decir que a Galicia iban a venir a parar todos los perro-artistas de Hollywood. Pues sí, es verdad, porque por alguna razón esos managers de artistas sin conciencia vienen aquí y los dejan. Sin ir más lejos, el perro de mi hermana hizo varias películas, vamos que yo lo vi en varias, aunque ellos digan que no, que su perro es más guapo, pues no. Un día apareció por su casa y decidió quedarse, pero ya venía de otra vida de artisteo y hace lo mismo que los viejos divos, vive bien y se dedica a las jovencitas de la zona, que cualquier día se arruinan si empiezan las demandas de paternidad. Y otro perro, que lleva años abandonado y adoptado en el pueblo vecino lo vi el otro día en otra película. Nadie me cree pero es así. Peculiaridades de este país de lluvias y excentricidades. Pero a lo que iba, que ya me desvié. Esos momentos únicos que quedan grabados en la memoria. Todos sabemos lo que estábamos haciendo en fechas señaladas, en días terribles de dolor o plenamente felices. Me veo perfectamente asistiendo a la llegada de Amstrong a la Luna, aunque era pequeña. Es más, creo que marcó alguno de los intereses de mi vida. Sí, de momentos memorables, de frases geniales, hombre , que digo que doy de comer a los gatos callejeros porque me piden y me dan pena y una señora desconocida, en el puesto del mercadillo en el que estábamos, me dice que igualito que otra vecina, pero ella lo hacía con los hombres, que le lloraban a la puerta porque estaban necesitados y como a ella le daban también pena, pues un montón de hijos. Vamos, que comparan dos labores sociales un poco diferentes, digo yo, y se quedan tan anchos. La vida sencillla está llena de grandes momentos, que aunque muchas veces sólo te lo parezcan a ti, hacen que te rías, llores o te preguntes si no sería mejor buscar el sentido de la vida en otro lugar, fuera del microcosmos en el que vivo y que no permite que pierda la capacidad de asombro. Porque, vamos, que untarse todo un herpes con "borra" de la cocina mezclada con aceite y una planta llamada sensible, mientras la curandera dice las palabras mágicas después de haberle hecho gastar a la Seguridad Social un pastizal en el tratamiento médico, es algo que hace que me pregunte por las noches si todo esto está pasando o alguien se está inventando mi vida.

lunes, 17 de enero de 2011

Crisis II

Sigo empeñándome en que "you" sea yo y claro, así es imposible aprender un idioma. Fundamental saber I am, pero claro, yo pienso en you am y creo que lo mejor que puedo hacer es desistir. Que no, que el inglés no es para mi, que una persona a la que le cuesta entender a los andaluces o a los argentinos por el acento, no puede estudiar inglés, está clarito. Pero es que yo quiero. Llevo años viendo series en inglés subtitulado y ya sé decir what? con cara de extrañeza y con cara de asombro oh my God ! Pues no, eso no llega. Hay que aprender que un apartamento es flat y un árbol tree, aunque eso yo ya lo sabía por la serie "Men in trees", que husband es marido y que mother no se puede decir como en "How I met your mother " porque allí lo dicen en americano. Además hay que llegar a casa y estudiar. Aprender los verbos, el vocabulario y encantado de conocerte y como te llamas. Aburridísimo. Todo esto unido a un libro lleno de dibujitos, de frases simples y de enunciados de ejercicios más difíciles que el ejercicio en sí. Después llegas a clase y te ponen unos audios horrorosos que no suenan como en las series o unos videos en los que no hay subtítulos. Echo de menos las clases de idiomas de mi bachillerato, francés por cierto, en las que tenías que estudiar un montón de gramática, que dicho sea de paso es lo que más me gusta, listas de vocabulario y hacer traducciones y dictados. Pues no, ahora ya no se estudia así. Y yo no lo sabía. El shock que llevé fue morrocotudo, graciosa palabra por cierto. Para colmo yo pensé, creo que con buena lógica, que si te apuntas a un curso de Básico 1 es para gente que no sabe nada de nada, como yo. Pues no, resulta que soy la más burra de la clase. Me desanimo, cada vez falto más y claro, no me entero de nada. Para colmo casi todo el mundo va con amigos. Los que van solos se sientan solos, pero después hay que conversar y la gente se junta como a regañadientes. Pues menudo aburrimiento de clase. Yo procuro sentarme de entrada con gente que está sola y así ir haciendo amistades, pero claro, como falto tanto pues cuando llego ya se hicieron nuevas parejas pero como yo no lo sé , pues me convierto en una roba sitios y compañeros. Un horror esta clase, yo, que soy la reina de los cafelitos todavía no conseguí tomarme uno a la salida acompañada. Pero esta temporada por problemas familiares no puedo ir a las clases, aunque bueno, siempre encuentro alguna disculpa para no ir, con lo que decididamente ya lo voy a dejar. Porque además hay exámenesy vamos, a mi edad era lo que me faltaba, que me suspendiesen y con un cero, pues ese es el nivel de mis conomientos. El otro día quería hablar del tema con mi sobrina La Mayor, conocida por Caaal, en un hospital en el que coincidimos porque nos turnamos para acompañar a un familiar, pero claro, había un Hola. Ya se sabe cuando está un Hola por el medio ya no hay posiblidad de dialogar. Porque por si alguien no lo constató, cualquier conversación, sea de la índole que sea, se interrumpe y pasa a segundo plano cuando de repente vemos que la casa de Tamara Falcó es de estilo juvenil aunque aquel comedor sea como el de una abuela o que la de Fonsi Nieto sea minimalista aunque esté repleta de enormidades doradas traídas por su dueño de Egipto. Ni de este tema ni de ningún otro pude hablar con mi sobrina, ni siquiera de la salud de la enferma, que por fortuna se va recuperando. Cuando yo abría la boca, pues que no, que los zapatos de no sé quien o el nuevo amor de aquella otra se interponía entre nosotras. Pero claro, estábamos en un hospital, tiene que haber un Hola es un requisito imprescindible para cualquier habitación hospitalaria, como antiguamente lo eran las zapatillas de piel nuevecitas y la bata de raso granate para los recién operados, porque si la hospitalización era por urgencia pues no te daba tiempo a comprar y llevabas lo que tenías en casa, que otro día ya contaré todas mis experiencias en estos recintos, que por desgracia son cuantiosas, porque mi Pomelo y yo somos muy aficionados a las operaciones e ingresos varios. Pero ya me fui del tema que era las clases de inglés. Aunque bueno, el Hola me hace recordar mis exámenes de literatura, en los que a la vieja profesora que ya lo había sido de mi padre, le poníamos al descuido la mencionada revista encima de su mesa. La revista de la semana, recién comprada con el dinero de un bote hecho en la clase y que la buena señora se dedicaba a leer durante la hora del examen que se convertía en el mayor despliegue de chuletas que he visto jamás en mi vida de estudiante. Pero tenía que ser el Hola, porque no valen ni el Lecturas, el Semana, que no sé si existe ya, o cualquier otra revista del corazón. No sé la razón, pero es un tema cientificamente comprobado por mi, que para algo soy una gran estudiosa del comportamiento humano. Y ahora se me ocurre pensar que si compro el Hello quizá pueda aprobar mi examen de inglés y así pasar al básico 2 el año que viene y ser ya casi una alumna aventajada. Algo me dice que no, que ni el Hello, ni una réplica del anillo de compromiso de Lady Di, que se vende tan bien estos días, van a conseguir que yo pueda aprobar un examen en el que you es tú y en el que todavía no sé como se dice mierda, hombre, que en francés era lo primero que aprendías. Pero me es igual, algún día yo también podré dar conferencias en el idioma de Shakespeare, porque el año que viene pienso ser repetidora y así jugaré con ventaja.