jueves, 9 de diciembre de 2010

Crisis I

Haruki Murakami es un gran escritor, creo que nadie lo puede poner en duda. Para mi uno de los grandes. Me leí creo que todas sus obras, por muy enormes que sean que lo son y eso que cada vez a mi me gusta más la novela corta, seguramente debido a mis costumbres lectoras particulares. Murakami me ha proporcionado grandes momentos de satisfacción. Aunque sus obras sean densas y a veces duras en temática y en prosa, es un enorme placer leerlo. Pero ultimamente me está haciendo mucho daño. Todos tenemos derecho a sufrir una crisis a lo largo de nuestra vida. Bueno, tal vez dos, pero más no, porque si continuamente tienes crisis dejan de ser eso, impases de la personalidad en un momento puntual. Yo nunca fui muy de tener fases complicadas, más bien ya soy yo permanentemente complicada. Pero ultimamente me permití entrar en una de estas fases que acabo de nombrar. A cada uno le da la crisis de una manera determinada. Aunque algunas tengas unas pautas más o menos reconocibles y catalogables, no tiene porque ser así. La crisis del postdivorcio te puede dar bien por inyectarte de todo en la cara y rasparte el contorno, como por dejar de ir a la peluquería y tener el pelo de tres colores, comer todo el chocolate del supermercado más cercano mientras te conviertes en adicta a a las sudaderas del Decatlon. Hay los dos extremos. La crisis del nido vacío, la crisis económica que sufrimos todos por desgracia, la crisis de la jubilación, las hay para todos los gustos y para todas las edades, vamos, quien no tiene un o dos es porque no quiere. Yo ya pasé varias etapas de mi vida que, podrían haber sido críticas, pero no lo fueron. Pero ahora me llego el momento y dije, pues como no me apure me voy a pasar la vida sin tener una, así que sin darme cuenta, me vi inmersa en una de elllas. Me entraron unas prisas enormes, no por recuperar el tiempo perdido, que aunque las madalenas me encantan, creo que lo que se pierde nunca se vuelve a encontrar a no ser que no valga nada. No, mi apuro fue por hacer lo que nunca hice y que sé que si no lo hago ahora no lo podré hacer jamás. Esto suena de lo más profundo. Y lo es. Asignaturas pendientes. Todos tenemos alguna, si pasas de cierta edad. Yo por tener tengo muchas, pero no voy a enumerarlas aquí, porque no sería ni didáctico ni entretenido. Pero si hay dos a las que estoy dedicando mis esfuerzos, o mejor dicho, parte de mi tiempo, porque si le dedicara todos mis esfuerzos no me vería como me veo. En primavera decidí que tenía que retomar mi etapa andariega, por salud, por placer y por estética, usease por cuestión bikini. Y empecé con mis paseos mañaneros. La verdad que es un gustazo, recién empieza la primavera salir a las ocho de la mañana, estrenando el día o como dice mi hermana, conocida aquí por Volty, abriendo la aldea. Sin darte cuenta cada vez andas más y más rápido. Es un poco complicado, porque yo vivo en una zona de cuestas y al principio "cuesta" mucho subirlas, por lo que hay que trazar un itinerario que te permita hacerlo al principio del paseo y poder relajarte después. Los primeros días te lo tomas en plan lúdico, disfrutas del paisaje, de los sonidos de los pájaros ligando, de las ardillas y sus correrías, porque por supuesto yo voy al monte, no me dedico a pasear por carreteras. Disfrutas de los colores, del amarillo del tojo y la xesta floreciendo, de los olores a campo, a estiercol fresco a veces, que aunque parezca lo contrario, no es un olor fétido. Todos los sentidos entran en juego. Pero, siempre hay un pero, empieza un buen día a roerte el gusanillo. Hagamos una pausa. El picor y el tamaño del gusanillo depende de cada uno. Hay personas que matan a su gusanillo con una onza de chocolate, o con una camiseta de Berska. Hay otras que necesitan un bolso de Prada o un kilo de turrón para acabar de rematarlo. Yo siempre digo que mi gusanillo es del tamaño del gusano de Dune, por lo que tengo que comer mucho queso, mucho dulce y salir muchas veces de compras con mi Pandilla. Pues bien, mi gusanillo comenzó a molestar. Ya que ando sin problemas, me hago los kilómetros que hagan falta sin cansarme demasiado y sin aburrirme, debería dar un paso adelante. Correr era sin duda el siguiente paso. Para colmo cayó en mis manos pecadoras el último libro de Murakami "De que hablo cuando hablo de correr" y definivamente acabé de convencerme. En mi edad adulta jamás había corrido, es más, pensaba que la gente estaba loca por hacer tamaño esfuerzo por la calle, hombre, con los buenos gimnasios que hay, en los que puedes llevar ropa de lo más glamurosa, correr por las calles con esas pintas horrrorosas. Porque en mi corta pero intensa experiencia, tengo observado que la ropa mona para correr no va conmigo, que mis zapatillas viejunas ya por el uso, mi sudadera de algodón roja y cuatro camisetas y un par de mallas cutres son sagradas y que no hay mañana plácida sin ellas. Y empecé a correr. Por supuesto me documenté antes. Para eso está internet. Al principio cuesta, te cansas, te ahogas, te sale el corazón por la boca mientras temes que no vuelva a entrar, pero una vez que coges el ritmo, la velocidad adecuada y te marcas unas metas se vuelve de lo más placentero. En primavera genial, en verano sudas más pero yendo muy temprano lo solucionas también. En otoño se empieza a complicar la cosa, pero cambias la mlla corta por la larga, la camiseta de tiras por la de manga y argucias parecidas. Pero empieza la lluvia y ante eso ya no hay que hacer. El paraguas no es práctico para correr y además es ridículo, sobre todo con viento. Y hoy llueve y mañana también y cuando te das cuenta pasan quince días y tienes que volver a ponerte en forma. A todo esto, yo como siempre, muy apresurada en todo y lo de los estiramientos no va conmigo, con lo que continuamente estoy con problemas en las rodillas. Hasta tuve que ir al médico, porque pensé que me había roto el menisco. Mi pomelo, mi hermana y todos mis familiares me dicen que con andar me llega, pero no, yo fiel a Murakami me grabé en mi cabeza las palabras que tiene dispuestas para su epitafio "Al menos aguantó sin caminar hasta el final", cuando me canso o empiezo a desfallecer las repito como un mantra y llego corriendo hasta casa, ante el asombro de mis vecinos que no pueden entender como una persona cabal puede volver a las nueve de la mañana sudorosa y agotada en vez de estar en la cama durmiendo. Ahora llevo varias semanas sin entrenar porque, sí ahora estoy entrenando. El otro día dije, en mi clase de inglés que me entreno para la maratón de Nueva York, pero en realidad lo estoy haciendo para la carrera popular que hay en septiembre en mi pueblo de nacimiento. A Nueva York hay que ir en avión, gastar unas pasta y correr una maratón de verdad y la carrera de mi pueblo son tres kilómetros, llegas en una hora y lo mejor de todo, le dan trofeos a todos lo corredores. Mi clase de inglés, esa es otra, pero de ella ya hablaré en el próximo capítulo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Cafés

Llegó la primavera y con ella los dolores de estómago, las alergias y la astenia. A mi las alergias no me afectan, porque aunque tengo muchos síndromes, alergias no tengo ninguna, porque el no comer marisco no es una alergia alimentaria es una asco psicológico que repercute en uno de mis síndromes. Pues eso, que como las golondrinas vuelvo a frecuentar lugares que tenía un poco abandonados este invierno, así retomo mi costumbre mañanera del café de mujeres. Aunque este invierno seguí tomando café a media mañana, lo hacía de modo más independiente, iba más tarde, quedaba con mi amiga, nos íbamos no sólo a la compra si no a veces a los mercadillos de lugares vecinos, es decir otro tipo de historia más lúdica y menos antropológica. Pero como el café de las diez y media se había convertido en café de las once con pastel, café de las doce con cruasan y agua de la una con nada (unos tacaños que no nos dan tapa), pues que no podía ser, que era excesivo, porque me criticaba mi envidiosa hermana, rabiosa por no poder recorrer los sesenta minutos que la separaban de mi disipada vida, el cotilla de Juan que seguía mis pasos a golpe de teléfono, mi mejor amiga que me llamaba al fijo por usar el teléfono del trabajo y no gastar en el móvil y nunca me encontraba en casa. Todos criticaban mis movimientos mañaneros, excepto por supuesto mi madre, a la que todas estas movidas encantaron la última temporada que pasó con nosotros, es más, se le hacían cortas y trataba de prolongarlas o de robarme la amiga, aunque de este tema hablaremos otro día. Pues como iba diciendo con la vuelta de la primavera, la marcha de mi madre y la proximidad del verano y la necesidad de bajar los tres kilos famosos de las festividades acumuladas de este invierno, decidí adelantar mi café, por lo que volví a la colación comunitaria. La verdad que no me defraudó nada este primer día de reunión. Cuando llegué ya había un grupo nutrido hablando de los hijos. Aquí fallo un poco, porque claro, como de eso nunca tuve, no puedo opinar mucho, aunque recurro a mi experiencia como tía y así cuento las gracias o desgracias de mis sobrinas y si no hay nada que contar, pues lo invento, porque como ya comenté en otra entrada que hice sobre este tipo de reuniones, si quieres obtener información, hay que aportar alguna también. Y si no que se lo cuenten a mi nueva adquisición. Con esto de la crisis, hay que pensar en ponerle tapas a los zapatos, porque al no comprar tantos se usan más los que ya se tienen, por lo que las suelas se gastan y hay que ponerle tapas. Pregunté por tanto, por un zapatero, en la reunión mañanera. Me indican dónde es, es decir, la casa que está la lado de la de no se quien, más conocido por no sé como, que tiene un "cancelo" marrón. ¿Tiene letrero en la puerta? pregunto yo, como haría cualquier persona civilizada, carcajada general y "ten letreiro, disque","está no cuberto e jrasias". Decidí que lo mejor era preguntar en el super dónde compro muchas veces y que queda por la zona. Me indicaron perfectamente dónde era y mientras yo iba me cortaron el jamón, me pesaron la fruta y me metieron todo en mi bolsa preciosísima de dibujo de verduras, regalo de mi sobrina La Mayor. Pues me voy al zapatero con mis botas preferidas. Es un señor mayor, rodeado de gomas, puntas, hormas, bolsas de plástico llenas de cosas, en un cubículo de muy pocos metros cuadrados, no podría precisar cuantos porque calculo tan mal, que una vez traté de meter en lo que yo pensaba era un buen salón, "porque vacíos los espacios parecen más pequeños" un tresillo (de aquella se decía tresillo, algunos, que otros decían trisillo), la mesa de la tele, un rincón de lectura, una mesa de comedor para ocho personas, varias estanterías, una mesa de trabajo y un equipo de música de los de antes dentro de uno de aquellos muebles horrorosos negros y con cristal ahumado, que nunca supe por qué tenía que ser ahumado ¿le daba vergüenza al tocadiscos que lo vieran?. La mesa de billar no, porque no la tenemos, me dijo el Pomelo, tras mostrarme que en quince metros cuadrados no caben todos esos muebles ni unos encima de otros. Por todo esto, no puedo especificar con precisión cuanto mide el cubículo del carpintero, sí decir que no es el "cuberto" entero, porque al lado hay una puerta a través de la cual vi a la mujer haciendo la comida. Pues bien, después de los buenos días, enseñarle las botas, explicarle lo que quería vino la parte técnica, qué tipo de goma para la suela y la urgencia del encargo. El zapatero ya me conquistó por supuesto. Por la tarde me las da si yo quiero. Así da gusto, porque no es un mostrador de un centro comercial dónde te ponen las tapas en un cuarto de hora, pegadas con una cola moderna sin mayor encanto. No, aquí es un trabajo artesanal, hecho a conciencia, en un lugar con un olor a caucho inigualable. Pero no quedó ahí la cuestión. Porque no sólo es solar unas botas, para hacerlo hay que saber la procedencia de las mismas. Con eso no me refiero a dónde las compré, no, se trata de saber a quien pertenecen. Es decir, le tuve que explicar dónde vivo, a quien le compré la casa, cuantos años llevo viviendo aquí etc etc etc. Ya lo echaba yo de menos, notaba que algo faltaba en mi vida ultimamente y era esto, un zapatero como es debido. El anterior que tuve, en mi antiguo lugar de residencia, era muy peculiar también. Trabajaba en un sitio muy parecido al de éste, aunque el otro estaba en una calle de un pueblo. También tenía una mujer vestida de negro que me miraba desde una cocina al lado del despacho de zapatos, también tenía gafas y era preguntón. Con el antiguo tenía más confianza ya que llevábamos años. Me arreglaba los zapatos como yo quería y charlábamos un ratito cuando los iba a recoger, me contaba los problemas de fontanería que tenían en su casa, como la bañera del único baño de la casa, que perdía por falta de uso, ya que solamente era utilizaba por el hijo cuando iba a verlos. Ya sé que de momento no voy a tener tanta intimidad con este zapatero, pero creo que con el tiempo podremos mantener una buena relación y que algún día su mujer me enseñará la cocina principal. Pero de momento no quiero hacerme ilusiones y mañana iré a buscar las botas y a ver que sucede. Por lo pronto me dijeron que es un poco "careiro", pero a eso ya estoy acostumbrada, porque el otro también lo era, aunque bueno, ¿qué es un euro de más comparado con lo que me aportan? La gente que no sabe apreciar lo que nos da la vida. Pero a lo que iba, la conversación mañanera. Hablaban de los hijos, pero para variar, no hablaban de lo malos que son los profesores o de lo maravillosos que son los nietos, sino de los nombres. Cuando de las Marías de los Dolores, de los Consuelos o de los Remedios se pasó a nombres más sonoros, más modernos y en muchos casos a más internacionales comenzaron los problemas. Vivo en una localidad en la que se habla mayoritariamente gallego y en una zona de gheada y seseo. Timidamente empezaron a aparecer Patrisias, Jabrieles y Serguios, pero hasta aquí era bueno de llevar, porque al fin y al cabo se entendían bien, porque es sabido que el el problema empezaba cuando se metían por el medio "los normativos" que cuando querían una lechuga pedían una leituga y obtenían la revista "lecturas". Pero el tema se complicó cuando se pasó a los compuestos y aparecieron los Fransiscos Gabieres y los Sesar A justo, aunque el no va más fue la sustitución de las Armónicas por Mónicas y las Mayonesas por Vanessas. Pero les estuvo muy bien a esos padres pretenciosos que trataron de distinguir primero a sus hijos y después a sus nietos de los demás. Por fortuna después vinieron los nombres en gallego, la mayoría de los cuales sí se sabían pronunciar, aunque lo más penoso de todo fue que quienes primero hicieron uso de ellos fueron castellano parlantes que venían de veraneo y fíjate tú, que no sabían pronunciar correctamente la x, con lo cual nuestro Xan pasó a ser San, Uxía a ser Usía y Xurxo algo tan complicado como el siseo de una cascabel. Pero bueno, el tiempo, la democracía y la buena convivencia hicieron que se fueran aprendiendo nuevas costumbres y se toleraran las viejas, con lo cual de nuevo vuelve a haber, Manolos, Remes, Mónicas, Xelos, Olaias y Cármenes en parques infantiles o playas, perfectamente pronunciados, unidos por supuesto, a los Cristales, Davinias y Ramiro Manuel que nos dejaron los seriales televisivos. Pero bueno, si el nombre es lo de menos, que después te lo van a sustituir por el diminutivo más absurdo o el apodo más tonto, sea tu madre llamándote Bebé cuando tienes bigote o tu novia llamándote Cari delante de los amigos. Pues eso, que total si vamos a usar el nombre de nuestro perro, o traducir el propio a klingon, o el de nuestro personaje de novela, de película o serie favorito para buscar un nick y firmar un blog, chatear o buscar un noviete por internet, que más da que nuestra abuela no sepa pronunciar nuestro nombre de pila o de registro civil. Que a mi el diminutivo me lo usarán en mi pueblo de nacimiento hasta que me muera, así tenga noventa años, use bigote y le de bastonazos a los niños por la calle. Y si no estoy contenta, lo que me queda será empachar a pastillas, que fue como describieron hoy el intento de suicidio de un pobre desgraciado al que le pesaba la vida. Por cierto, Caaal, haz que me depilen en el asilo.

domingo, 21 de febrero de 2010

Rosquillas

Pues que me moría por comer rosquillas, esas rosquillas de masita de freír y que saben a anís y que mucha gente hace por Carnavales. Bueno, creo que todo el mundo menos yo, porque como mi madre nunca las hacía pues yo tampoco. Pues eso, que me moría por comerlas y como no tengo quien me las haga pues las tuve que hacer yo misma. La verdad es que me salen muy buenas, pero tengo un problema muy gordo. Se rompen por la unión. Es decir, se hace una tira, se dobla y se unen los extremos, como una pescadilla que se muerde la cola, pobres, con su cabecita y sus ojos mirándonos y con esas mandíbulas agarrando el rabo, que me dan una pena terrible. Yo no las hago, porque ya es de todos conocidos que pezqueñines, no gracias, debes dejarlos crecer. Pero hay quien los compra, sin ir más lejos, una de mis amigas me dice el otro día, llevo aquí unas cariocas en dos bolsas, porque mi pescadera no quiere que se vean. Indignante, ya le dije que la iba a denunciar a ella y a su pescadera, a la que jamás volveré a comprar, si no las tiraba pero lo cierto que no me hizo caso y se las preparó para comer. Pero yo estaba hablando de las rosquillas. Que es cuestión de maña o de algo parecido, porque por mucho que las apriete, retuerza o pise con un tenedor, se siguen rompiendo. Ya probé a hacer un bollito y con un dedo hacer el agujero, pero no, no quedan igual y además es un coñazo. Por tanto hoy opté por hacer palitos, pero claro, entonces hay que responder a muchas preguntas. ¿Qué haces?, me dice mi madre que está pasando una temporada con nosotros. Rosquillas, contesto, no dice nada, pero me mira. ¿Qué hay de postre, pregunta Juan porque entra en la cocina y huele el anís. Rosquillas, contesto, estoy haciendo la masa . Pero cuando ya comidos llevo el postre a la mesa, vuelve a preguntar lo mismo, ¿Qué hay de postre?, rosquillas, ya te lo dije antes. Las mira. Por un momento piensa que el anís no estaba en la masa, sino en un copazo que me ayudaba a cocinar, pero sin pestañear, vuelve a preguntar ¿son estas? yo le digo, sí. Y las comemos. Buenísimas, como siempre. Además sucede que la aficionada a las masas, como toda la familia de mi padre, a la que también ha salido mi sobrina La Mayor, soy yo, por lo que me paso la tarde subiendo y bajando a la cocina al plato de rosquillas que me zampo enterito. Alguien pensará que sería más práctico subirlo, pero no, de esa manera pienso que con el trasiego de las escaleras perderé alguna de las calorías que ingiero. Pero vayamos al problema que nos ocupa. La forma de las rosquillas, a partir de hoy rosquilas redondas o rosquillas palo, que decididamente no me sale. Es como los regalos de Navidad, es decir, el problema de los paquetes. Mucha gente hace maravillas, si ir más lejos Volty. No le valen, hombre, los que te ponen en las tiendas, que para algo son profesionales, que zapatero con minúscula, a tus zapatos, que es a lo que se dedican, caramba, a vender y empaquetar. Pues no, ella hace mil filigranas. Un año hasta unas cajas customizó y qué cajas, que preciosas están para guardar cosas. Y a los regalos les añade piruletas y golosinas, todo en un revoltijo preciosísimo. Pero yo no, la verdad es que soy desastrosa. Todos los años compro papeles de regalo, cintas y escarapelas con la intención de hacer yo lo mismo. El problema empieza al cortar el papel. Hay que cortarlo sin que queden las marcas de los tijeretazos, que vaya derecho y que no se rasgue ni arrugue. Pues no. A mi por alguna razón se me tuerce y se agurruña. Una tarde entera me la paso luchando, ahora falta papel, tira un pliego, éste quedó escaso, tampoco sirve, que el rotulador no se ve en este papel, que es del mismo color. Porque esa es otra, las dichosas etiquetas para poner el nombre. Nunca sé dónde las venden y si las encuentro después no sé en qué sitio pegarlas, con lo cual vuelven a quedar fatal. A veces el Pomelo se compadece y me hace unos paquetes maravillosos, que por supuesto no cuela que yo sea su autora, con lo cual sigo quedando fatal. Y la verdad que me da pena, porque me encantaría hacer unos bonitos paquetes de regalo, pero bueno, si al final lo que importa es lo que hay dentro no sé por qué hay que darle tantas vueltas. Y este año sucedió lo mismo. Pero es yo creo que fue rizar el rizo o planchar lo alisado, que se lleva más. Mis paquetes como siempre, penosos. Pero los de ya se sabe quien, aquello era algo nunca visto. Papeles lisos y atados todos juntos con un cordón plateado y el remate final, una esponja de baño de colorines, una con un coche, otra un barquito... Algo que de verdad, digno de fotografiarse, pero no, todos como aves de rapiña, a abrir los regalos, por lo que no dio tiempo a la foto, que yo decía, que esperéis un poco, que quiero una foto, pero nada, que si te descuidabas te abrían los tuyo y se apropiaban de todo, que son buenos. En conclusión, que como todos ya sabéis, el interior es lo que cuenta, sea de las rosquillas, los paquetes de regalo o las personas, aunque las rosquillas redondas, los regalos bien presentados o un hombre bueno e inteligente, pero con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de Cristiano Ronaldo y la Visa de un emir están mucho mejor.

lunes, 15 de febrero de 2010

Kilos y años

Mi sobrina La Mayor, es un poco obsesiva con la privacidad, por lo que nunca deja que cuelgues una fota suya en internet. Su madre, en cambio, dice que si está favorecida, no le importa, a lo que su hija le contesta que nunca se sabe si usaran esa foto para el antes del después. Su madre le responde, que jamás le sucederá, que ella siempre sería el después, a lo que su primogénita apostilla que cuando la autoestima llega hasta el techo hay que tener cuidado de que no se desplome y llegue al sótano. Pero no hay por que ponerse tan dramáticos. Yo, antes de Navidad, pesaba tres kilos menos, después son tres más. Antes de Carnavales, pesaré tres menos de lo que pesaré después. Pero viene la Semana Santa y me pasará lo mismo. Con lo cual la pregunta es ¿Cuantos kilos pesaré antes del verano? y si gano otros tres, como en cada puente, vacación o celebración, cuando lleguen las próximas Navidades, ¿Qué será de mi? Es horroroso porque la figura maravillosa, o a mi me lo parece, que conservé todos estos años de repente ya no existe, soy un amasijo de grasa porque unicamente gané tres kilos en Navidades. ¿Hay injusticia mayor? Es decir, si pongo una foto mía de noviembre, la foto del antes, y otra de noviembre del año que viene, es decir, la foto del después, me separarán un montón de kilos, que en realidad sólo serán tres, pero multiplicados por todas las festividades del año. Terrible, si lo pensamos. Pero este antes y este después están a la inversa. Cuando se prometen milagros no es en este orden, sino el contrario. Con lo cual, mi foto del antes sería la del 2010 y la del después la del 2009, para que después te fíes de la publicidad, por algo dicen que es engañosa. Cambiaron el orden cronológico de mis fotos y se quedaron tan anchos, porque que yo sepa, la máquina del tiempo se quedó en la novela y las pelis, porque nadie hasta ahora consiguió viajar en ella y que me expliquen como alguien, los publicistas, se hicieron con unas fotos que ni siquiera me hice. Concluyendo, que mi sobrina es una inventadora de leyendas urbanas, porque nadie se apropia de tus fotos para esos menesteres y que mi pobre Juan no hace ningún mal colgando algún que otro retrato. Pero esa es otra. Si te paras a mirar en las fotos de toda tu vida, sobre todo cuando tienes una edad, te das cuenta que aunque te reconozcas en ellas, porque vamos ni estás pedo ni tienes tan mal la vista, sí te sucede una cosa, que resulta que te percatas de que el espejo te engaña, porque la de las fotos no eres tú. Vamos, que salvo alguna arruga que, bueno, hace unos años no estaba y la caída de la cara, de la que creo haber hablado en otra entrada, más o menos tú te encuentra como siempre. Hombre, no como cuando hiciste la primera comunión, que en aquel entonces todos los niños la hacíamos, pero más o menos como fuiste siempre desde que ingresaste en la edad adulta. Pues no, siento decir que no es así, pero ni remotamente. Puedes mirar las fotos de cuando estabas en la Universidad y verás que no, que esa cara no es la tuya. Mira después la de la boda, que también por aquella época nos casábamos todos, y verás que pasa lo mismo, aunque bueno, no mires para el traje si te casaste en los ochenta como yo, porque, ¡qué daño a la retina pueden hacer aquellas hombreras!, que barbaridad. Pues tengo que repetir mil veces que no, que la de las fotos no eres tú, que tú eres la que está en el espejo ahora, vamos, que no vale la pena retratarse, porque si trato de recordar mi pasado, me veo a mi misma con la cara de ahora. Por lo cual, no creas como hice yo a una antigua compañera de bachillerato que me encontré hace poco, después de veinte años sin vernos, que no se cansaba de repetir estás igual que siempre, porque es falso. No le creas a quien te diga que tienes la misma cara que cuando eras pequeña porque no es cierto, ni a tu chico que te dice que tienes la misma sonrisa que cuando te conoció. La de las fotos y tú sois dos personas distintas, por mucho que te pese. Así que ya sabes, cuando preguntes espejito, espejito, quien es la más guapa del reino, no esperes que te conteste, Blancanieves, no, porque Blancanieves ya creció y se convirtió en bruja, que es como nos sentimos las mujeres de cierta edad, cuando miramos las fotos del pasado.