Llegó la primavera y con ella los dolores de estómago, las alergias y la astenia. A mi las alergias no me afectan, porque aunque tengo muchos síndromes, alergias no tengo ninguna, porque el no comer marisco no es una alergia alimentaria es una asco psicológico que repercute en uno de mis síndromes. Pues eso, que como las golondrinas vuelvo a frecuentar lugares que tenía un poco abandonados este invierno, así retomo mi costumbre mañanera del café de mujeres. Aunque este invierno seguí tomando café a media mañana, lo hacía de modo más independiente, iba más tarde, quedaba con mi amiga, nos íbamos no sólo a la compra si no a veces a los mercadillos de lugares vecinos, es decir otro tipo de historia más lúdica y menos antropológica. Pero como el café de las diez y media se había convertido en café de las once con pastel, café de las doce con cruasan y agua de la una con nada (unos tacaños que no nos dan tapa), pues que no podía ser, que era excesivo, porque me criticaba mi envidiosa hermana, rabiosa por no poder recorrer los sesenta minutos que la separaban de mi disipada vida, el cotilla de Juan que seguía mis pasos a golpe de teléfono, mi mejor amiga que me llamaba al fijo por usar el teléfono del trabajo y no gastar en el móvil y nunca me encontraba en casa. Todos criticaban mis movimientos mañaneros, excepto por supuesto mi madre, a la que todas estas movidas encantaron la última temporada que pasó con nosotros, es más, se le hacían cortas y trataba de prolongarlas o de robarme la amiga, aunque de este tema hablaremos otro día. Pues como iba diciendo con la vuelta de la primavera, la marcha de mi madre y la proximidad del verano y la necesidad de bajar los tres kilos famosos de las festividades acumuladas de este invierno, decidí adelantar mi café, por lo que volví a la colación comunitaria. La verdad que no me defraudó nada este primer día de reunión. Cuando llegué ya había un grupo nutrido hablando de los hijos. Aquí fallo un poco, porque claro, como de eso nunca tuve, no puedo opinar mucho, aunque recurro a mi experiencia como tía y así cuento las gracias o desgracias de mis sobrinas y si no hay nada que contar, pues lo invento, porque como ya comenté en otra entrada que hice sobre este tipo de reuniones, si quieres obtener información, hay que aportar alguna también. Y si no que se lo cuenten a mi nueva adquisición. Con esto de la crisis, hay que pensar en ponerle tapas a los zapatos, porque al no comprar tantos se usan más los que ya se tienen, por lo que las suelas se gastan y hay que ponerle tapas. Pregunté por tanto, por un zapatero, en la reunión mañanera. Me indican dónde es, es decir, la casa que está la lado de la de no se quien, más conocido por no sé como, que tiene un "cancelo" marrón. ¿Tiene letrero en la puerta? pregunto yo, como haría cualquier persona civilizada, carcajada general y "ten letreiro, disque","está no cuberto e jrasias". Decidí que lo mejor era preguntar en el super dónde compro muchas veces y que queda por la zona. Me indicaron perfectamente dónde era y mientras yo iba me cortaron el jamón, me pesaron la fruta y me metieron todo en mi bolsa preciosísima de dibujo de verduras, regalo de mi sobrina La Mayor. Pues me voy al zapatero con mis botas preferidas. Es un señor mayor, rodeado de gomas, puntas, hormas, bolsas de plástico llenas de cosas, en un cubículo de muy pocos metros cuadrados, no podría precisar cuantos porque calculo tan mal, que una vez traté de meter en lo que yo pensaba era un buen salón, "porque vacíos los espacios parecen más pequeños" un tresillo (de aquella se decía tresillo, algunos, que otros decían trisillo), la mesa de la tele, un rincón de lectura, una mesa de comedor para ocho personas, varias estanterías, una mesa de trabajo y un equipo de música de los de antes dentro de uno de aquellos muebles horrorosos negros y con cristal ahumado, que nunca supe por qué tenía que ser ahumado ¿le daba vergüenza al tocadiscos que lo vieran?. La mesa de billar no, porque no la tenemos, me dijo el Pomelo, tras mostrarme que en quince metros cuadrados no caben todos esos muebles ni unos encima de otros. Por todo esto, no puedo especificar con precisión cuanto mide el cubículo del carpintero, sí decir que no es el "cuberto" entero, porque al lado hay una puerta a través de la cual vi a la mujer haciendo la comida. Pues bien, después de los buenos días, enseñarle las botas, explicarle lo que quería vino la parte técnica, qué tipo de goma para la suela y la urgencia del encargo. El zapatero ya me conquistó por supuesto. Por la tarde me las da si yo quiero. Así da gusto, porque no es un mostrador de un centro comercial dónde te ponen las tapas en un cuarto de hora, pegadas con una cola moderna sin mayor encanto. No, aquí es un trabajo artesanal, hecho a conciencia, en un lugar con un olor a caucho inigualable. Pero no quedó ahí la cuestión. Porque no sólo es solar unas botas, para hacerlo hay que saber la procedencia de las mismas. Con eso no me refiero a dónde las compré, no, se trata de saber a quien pertenecen. Es decir, le tuve que explicar dónde vivo, a quien le compré la casa, cuantos años llevo viviendo aquí etc etc etc. Ya lo echaba yo de menos, notaba que algo faltaba en mi vida ultimamente y era esto, un zapatero como es debido. El anterior que tuve, en mi antiguo lugar de residencia, era muy peculiar también. Trabajaba en un sitio muy parecido al de éste, aunque el otro estaba en una calle de un pueblo. También tenía una mujer vestida de negro que me miraba desde una cocina al lado del despacho de zapatos, también tenía gafas y era preguntón. Con el antiguo tenía más confianza ya que llevábamos años. Me arreglaba los zapatos como yo quería y charlábamos un ratito cuando los iba a recoger, me contaba los problemas de fontanería que tenían en su casa, como la bañera del único baño de la casa, que perdía por falta de uso, ya que solamente era utilizaba por el hijo cuando iba a verlos. Ya sé que de momento no voy a tener tanta intimidad con este zapatero, pero creo que con el tiempo podremos mantener una buena relación y que algún día su mujer me enseñará la cocina principal. Pero de momento no quiero hacerme ilusiones y mañana iré a buscar las botas y a ver que sucede. Por lo pronto me dijeron que es un poco "careiro", pero a eso ya estoy acostumbrada, porque el otro también lo era, aunque bueno, ¿qué es un euro de más comparado con lo que me aportan? La gente que no sabe apreciar lo que nos da la vida. Pero a lo que iba, la conversación mañanera. Hablaban de los hijos, pero para variar, no hablaban de lo malos que son los profesores o de lo maravillosos que son los nietos, sino de los nombres. Cuando de las Marías de los Dolores, de los Consuelos o de los Remedios se pasó a nombres más sonoros, más modernos y en muchos casos a más internacionales comenzaron los problemas. Vivo en una localidad en la que se habla mayoritariamente gallego y en una zona de gheada y seseo. Timidamente empezaron a aparecer Patrisias, Jabrieles y Serguios, pero hasta aquí era bueno de llevar, porque al fin y al cabo se entendían bien, porque es sabido que el el problema empezaba cuando se metían por el medio "los normativos" que cuando querían una lechuga pedían una leituga y obtenían la revista "lecturas". Pero el tema se complicó cuando se pasó a los compuestos y aparecieron los Fransiscos Gabieres y los Sesar A justo, aunque el no va más fue la sustitución de las Armónicas por Mónicas y las Mayonesas por Vanessas. Pero les estuvo muy bien a esos padres pretenciosos que trataron de distinguir primero a sus hijos y después a sus nietos de los demás. Por fortuna después vinieron los nombres en gallego, la mayoría de los cuales sí se sabían pronunciar, aunque lo más penoso de todo fue que quienes primero hicieron uso de ellos fueron castellano parlantes que venían de veraneo y fíjate tú, que no sabían pronunciar correctamente la x, con lo cual nuestro Xan pasó a ser San, Uxía a ser Usía y Xurxo algo tan complicado como el siseo de una cascabel. Pero bueno, el tiempo, la democracía y la buena convivencia hicieron que se fueran aprendiendo nuevas costumbres y se toleraran las viejas, con lo cual de nuevo vuelve a haber, Manolos, Remes, Mónicas, Xelos, Olaias y Cármenes en parques infantiles o playas, perfectamente pronunciados, unidos por supuesto, a los Cristales, Davinias y Ramiro Manuel que nos dejaron los seriales televisivos. Pero bueno, si el nombre es lo de menos, que después te lo van a sustituir por el diminutivo más absurdo o el apodo más tonto, sea tu madre llamándote Bebé cuando tienes bigote o tu novia llamándote Cari delante de los amigos. Pues eso, que total si vamos a usar el nombre de nuestro perro, o traducir el propio a klingon, o el de nuestro personaje de novela, de película o serie favorito para buscar un nick y firmar un blog, chatear o buscar un noviete por internet, que más da que nuestra abuela no sepa pronunciar nuestro nombre de pila o de registro civil. Que a mi el diminutivo me lo usarán en mi pueblo de nacimiento hasta que me muera, así tenga noventa años, use bigote y le de bastonazos a los niños por la calle. Y si no estoy contenta, lo que me queda será empachar a pastillas, que fue como describieron hoy el intento de suicidio de un pobre desgraciado al que le pesaba la vida. Por cierto, Caaal, haz que me depilen en el asilo.