Pues que me moría por comer rosquillas, esas rosquillas de masita de freír y que saben a anís y que mucha gente hace por Carnavales. Bueno, creo que todo el mundo menos yo, porque como mi madre nunca las hacía pues yo tampoco. Pues eso, que me moría por comerlas y como no tengo quien me las haga pues las tuve que hacer yo misma. La verdad es que me salen muy buenas, pero tengo un problema muy gordo. Se rompen por la unión. Es decir, se hace una tira, se dobla y se unen los extremos, como una pescadilla que se muerde la cola, pobres, con su cabecita y sus ojos mirándonos y con esas mandíbulas agarrando el rabo, que me dan una pena terrible. Yo no las hago, porque ya es de todos conocidos que pezqueñines, no gracias, debes dejarlos crecer. Pero hay quien los compra, sin ir más lejos, una de mis amigas me dice el otro día, llevo aquí unas cariocas en dos bolsas, porque mi pescadera no quiere que se vean. Indignante, ya le dije que la iba a denunciar a ella y a su pescadera, a la que jamás volveré a comprar, si no las tiraba pero lo cierto que no me hizo caso y se las preparó para comer. Pero yo estaba hablando de las rosquillas. Que es cuestión de maña o de algo parecido, porque por mucho que las apriete, retuerza o pise con un tenedor, se siguen rompiendo. Ya probé a hacer un bollito y con un dedo hacer el agujero, pero no, no quedan igual y además es un coñazo. Por tanto hoy opté por hacer palitos, pero claro, entonces hay que responder a muchas preguntas. ¿Qué haces?, me dice mi madre que está pasando una temporada con nosotros. Rosquillas, contesto, no dice nada, pero me mira. ¿Qué hay de postre, pregunta Juan porque entra en la cocina y huele el anís. Rosquillas, contesto, estoy haciendo la masa . Pero cuando ya comidos llevo el postre a la mesa, vuelve a preguntar lo mismo, ¿Qué hay de postre?, rosquillas, ya te lo dije antes. Las mira. Por un momento piensa que el anís no estaba en la masa, sino en un copazo que me ayudaba a cocinar, pero sin pestañear, vuelve a preguntar ¿son estas? yo le digo, sí. Y las comemos. Buenísimas, como siempre. Además sucede que la aficionada a las masas, como toda la familia de mi padre, a la que también ha salido mi sobrina La Mayor, soy yo, por lo que me paso la tarde subiendo y bajando a la cocina al plato de rosquillas que me zampo enterito. Alguien pensará que sería más práctico subirlo, pero no, de esa manera pienso que con el trasiego de las escaleras perderé alguna de las calorías que ingiero. Pero vayamos al problema que nos ocupa. La forma de las rosquillas, a partir de hoy rosquilas redondas o rosquillas palo, que decididamente no me sale. Es como los regalos de Navidad, es decir, el problema de los paquetes. Mucha gente hace maravillas, si ir más lejos Volty. No le valen, hombre, los que te ponen en las tiendas, que para algo son profesionales, que zapatero con minúscula, a tus zapatos, que es a lo que se dedican, caramba, a vender y empaquetar. Pues no, ella hace mil filigranas. Un año hasta unas cajas customizó y qué cajas, que preciosas están para guardar cosas. Y a los regalos les añade piruletas y golosinas, todo en un revoltijo preciosísimo. Pero yo no, la verdad es que soy desastrosa. Todos los años compro papeles de regalo, cintas y escarapelas con la intención de hacer yo lo mismo. El problema empieza al cortar el papel. Hay que cortarlo sin que queden las marcas de los tijeretazos, que vaya derecho y que no se rasgue ni arrugue. Pues no. A mi por alguna razón se me tuerce y se agurruña. Una tarde entera me la paso luchando, ahora falta papel, tira un pliego, éste quedó escaso, tampoco sirve, que el rotulador no se ve en este papel, que es del mismo color. Porque esa es otra, las dichosas etiquetas para poner el nombre. Nunca sé dónde las venden y si las encuentro después no sé en qué sitio pegarlas, con lo cual vuelven a quedar fatal. A veces el Pomelo se compadece y me hace unos paquetes maravillosos, que por supuesto no cuela que yo sea su autora, con lo cual sigo quedando fatal. Y la verdad que me da pena, porque me encantaría hacer unos bonitos paquetes de regalo, pero bueno, si al final lo que importa es lo que hay dentro no sé por qué hay que darle tantas vueltas. Y este año sucedió lo mismo. Pero es yo creo que fue rizar el rizo o planchar lo alisado, que se lleva más. Mis paquetes como siempre, penosos. Pero los de ya se sabe quien, aquello era algo nunca visto. Papeles lisos y atados todos juntos con un cordón plateado y el remate final, una esponja de baño de colorines, una con un coche, otra un barquito... Algo que de verdad, digno de fotografiarse, pero no, todos como aves de rapiña, a abrir los regalos, por lo que no dio tiempo a la foto, que yo decía, que esperéis un poco, que quiero una foto, pero nada, que si te descuidabas te abrían los tuyo y se apropiaban de todo, que son buenos. En conclusión, que como todos ya sabéis, el interior es lo que cuenta, sea de las rosquillas, los paquetes de regalo o las personas, aunque las rosquillas redondas, los regalos bien presentados o un hombre bueno e inteligente, pero con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de Cristiano Ronaldo y la Visa de un emir están mucho mejor.