Haruki Murakami es un gran escritor, creo que nadie lo puede poner en duda. Para mi uno de los grandes. Me leí creo que todas sus obras, por muy enormes que sean que lo son y eso que cada vez a mi me gusta más la novela corta, seguramente debido a mis costumbres lectoras particulares. Murakami me ha proporcionado grandes momentos de satisfacción. Aunque sus obras sean densas y a veces duras en temática y en prosa, es un enorme placer leerlo. Pero ultimamente me está haciendo mucho daño. Todos tenemos derecho a sufrir una crisis a lo largo de nuestra vida. Bueno, tal vez dos, pero más no, porque si continuamente tienes crisis dejan de ser eso, impases de la personalidad en un momento puntual. Yo nunca fui muy de tener fases complicadas, más bien ya soy yo permanentemente complicada. Pero ultimamente me permití entrar en una de estas fases que acabo de nombrar. A cada uno le da la crisis de una manera determinada. Aunque algunas tengas unas pautas más o menos reconocibles y catalogables, no tiene porque ser así. La crisis del postdivorcio te puede dar bien por inyectarte de todo en la cara y rasparte el contorno, como por dejar de ir a la peluquería y tener el pelo de tres colores, comer todo el chocolate del supermercado más cercano mientras te conviertes en adicta a a las sudaderas del Decatlon. Hay los dos extremos. La crisis del nido vacío, la crisis económica que sufrimos todos por desgracia, la crisis de la jubilación, las hay para todos los gustos y para todas las edades, vamos, quien no tiene un o dos es porque no quiere. Yo ya pasé varias etapas de mi vida que, podrían haber sido críticas, pero no lo fueron. Pero ahora me llego el momento y dije, pues como no me apure me voy a pasar la vida sin tener una, así que sin darme cuenta, me vi inmersa en una de elllas. Me entraron unas prisas enormes, no por recuperar el tiempo perdido, que aunque las madalenas me encantan, creo que lo que se pierde nunca se vuelve a encontrar a no ser que no valga nada. No, mi apuro fue por hacer lo que nunca hice y que sé que si no lo hago ahora no lo podré hacer jamás. Esto suena de lo más profundo. Y lo es. Asignaturas pendientes. Todos tenemos alguna, si pasas de cierta edad. Yo por tener tengo muchas, pero no voy a enumerarlas aquí, porque no sería ni didáctico ni entretenido. Pero si hay dos a las que estoy dedicando mis esfuerzos, o mejor dicho, parte de mi tiempo, porque si le dedicara todos mis esfuerzos no me vería como me veo. En primavera decidí que tenía que retomar mi etapa andariega, por salud, por placer y por estética, usease por cuestión bikini. Y empecé con mis paseos mañaneros. La verdad que es un gustazo, recién empieza la primavera salir a las ocho de la mañana, estrenando el día o como dice mi hermana, conocida aquí por Volty, abriendo la aldea. Sin darte cuenta cada vez andas más y más rápido. Es un poco complicado, porque yo vivo en una zona de cuestas y al principio "cuesta" mucho subirlas, por lo que hay que trazar un itinerario que te permita hacerlo al principio del paseo y poder relajarte después. Los primeros días te lo tomas en plan lúdico, disfrutas del paisaje, de los sonidos de los pájaros ligando, de las ardillas y sus correrías, porque por supuesto yo voy al monte, no me dedico a pasear por carreteras. Disfrutas de los colores, del amarillo del tojo y la xesta floreciendo, de los olores a campo, a estiercol fresco a veces, que aunque parezca lo contrario, no es un olor fétido. Todos los sentidos entran en juego. Pero, siempre hay un pero, empieza un buen día a roerte el gusanillo. Hagamos una pausa. El picor y el tamaño del gusanillo depende de cada uno. Hay personas que matan a su gusanillo con una onza de chocolate, o con una camiseta de Berska. Hay otras que necesitan un bolso de Prada o un kilo de turrón para acabar de rematarlo. Yo siempre digo que mi gusanillo es del tamaño del gusano de Dune, por lo que tengo que comer mucho queso, mucho dulce y salir muchas veces de compras con mi Pandilla. Pues bien, mi gusanillo comenzó a molestar. Ya que ando sin problemas, me hago los kilómetros que hagan falta sin cansarme demasiado y sin aburrirme, debería dar un paso adelante. Correr era sin duda el siguiente paso. Para colmo cayó en mis manos pecadoras el último libro de Murakami "De que hablo cuando hablo de correr" y definivamente acabé de convencerme. En mi edad adulta jamás había corrido, es más, pensaba que la gente estaba loca por hacer tamaño esfuerzo por la calle, hombre, con los buenos gimnasios que hay, en los que puedes llevar ropa de lo más glamurosa, correr por las calles con esas pintas horrrorosas. Porque en mi corta pero intensa experiencia, tengo observado que la ropa mona para correr no va conmigo, que mis zapatillas viejunas ya por el uso, mi sudadera de algodón roja y cuatro camisetas y un par de mallas cutres son sagradas y que no hay mañana plácida sin ellas. Y empecé a correr. Por supuesto me documenté antes. Para eso está internet. Al principio cuesta, te cansas, te ahogas, te sale el corazón por la boca mientras temes que no vuelva a entrar, pero una vez que coges el ritmo, la velocidad adecuada y te marcas unas metas se vuelve de lo más placentero. En primavera genial, en verano sudas más pero yendo muy temprano lo solucionas también. En otoño se empieza a complicar la cosa, pero cambias la mlla corta por la larga, la camiseta de tiras por la de manga y argucias parecidas. Pero empieza la lluvia y ante eso ya no hay que hacer. El paraguas no es práctico para correr y además es ridículo, sobre todo con viento. Y hoy llueve y mañana también y cuando te das cuenta pasan quince días y tienes que volver a ponerte en forma. A todo esto, yo como siempre, muy apresurada en todo y lo de los estiramientos no va conmigo, con lo que continuamente estoy con problemas en las rodillas. Hasta tuve que ir al médico, porque pensé que me había roto el menisco. Mi pomelo, mi hermana y todos mis familiares me dicen que con andar me llega, pero no, yo fiel a Murakami me grabé en mi cabeza las palabras que tiene dispuestas para su epitafio "Al menos aguantó sin caminar hasta el final", cuando me canso o empiezo a desfallecer las repito como un mantra y llego corriendo hasta casa, ante el asombro de mis vecinos que no pueden entender como una persona cabal puede volver a las nueve de la mañana sudorosa y agotada en vez de estar en la cama durmiendo. Ahora llevo varias semanas sin entrenar porque, sí ahora estoy entrenando. El otro día dije, en mi clase de inglés que me entreno para la maratón de Nueva York, pero en realidad lo estoy haciendo para la carrera popular que hay en septiembre en mi pueblo de nacimiento. A Nueva York hay que ir en avión, gastar unas pasta y correr una maratón de verdad y la carrera de mi pueblo son tres kilómetros, llegas en una hora y lo mejor de todo, le dan trofeos a todos lo corredores. Mi clase de inglés, esa es otra, pero de ella ya hablaré en el próximo capítulo.