La vida se compone de pequeñas transgresiones. Y ojo, o como vi un día en un letrero de advertencia para que fuese más efectivo, ¡¡HOJO!!, que ya son ganas de complicarlo todo, que ya hablaremos con calma de la ortografía, porque ahora estamos hablando de moral, pues eso ¡ojo!, que digo pequeñas, porque si fuesen grandes estaríamos hablando de delincuencia y hasta ahora somos todos muy honrados. Los pequeños hurtos, por ejemplo. No sé si será en todas las épocas, pero en mi muy reciente juventud estaba de moda la mangancia, es decir, el afanar en las tiendas. Curiosamente, cuanto más pijo se era más se mangaba. Recuerdo que se contaba con gran admiración, que unos amigos, que iban a un renombrado colegio de pago, se habían llevado una tienda de campaña que estaba expuesta en unos almacenes de la capital, de nuestra capital, ya desaparecidos: Simago, a los que la gente apodaba "Simango". Por aquel entonces, a mí ya me parecía excesivo y ahora, por supuesto, me parece un puro disparate, pero eran los finales de los setenta, cuando la gente necesitaba alguna vía de escape del orden establecido, máxime estando en el final de la adolescencia. Yo, la verdad, nunca fui muy ladronzuela, no sé si porque mi rebeldía la encauzaba de otras maneras más idealistas o bien porque nunca fui demasiado hábil en eso de poner cara de póker, pero creo que me llevé una chocolatina de un supermercado y una camiseta, pero eso ya en la edad adulta y fue porque se me quedó en el fondo del carro. Ah, y un calendario del Papa en Roma, pero porque había unas colas muy largas en el puesto de souvenirs y como seguro que la Iglesia se llevaba royaltyes, pues eso, que ya bastante nos habían cobrado en el Vaticano y por la molestia de tenerme que cubrir los hombros con una bolsa de la compra. Pero sí que en todos nosotros hay un punto canalla. Recuerdo que las latas de anchoa y otras delicatessen para nuestros paladares estudiantiles provenían del arte rateril de nuestro cocinero y su pinche, que después se tomaban un vino a la salud de los comensales, que para vinos y copas siempre hubo, vamos hombre, que hay que disfrutar de los años mozos, que pronto se acaban y que con el tiempo, por un gintonic compartido con una buena amiga acabas con una resaca que te dura dos días. Lo que nos volvemos con la vida ordenada. Pero no sólo de pan vive el hombre ni de robos cutres tampoco. El adulterio ya no se contempla en el código penal, pero sigue sin ser nada recomendable para la estética de la cabeza. En teoría, todos le somos fieles a la pareja, pero un coqueteo con el del puesto del mercadillo o un intercambio de mensajes con un viejo amigo o una conversación subida de tono en un chat o por el facebook, no son infidelidades ni motivo de separación, pero sí son parte de los pecadillos de la vida cotidiana. Es como la alimentación sana. Yo soy muy estricta con lo que como, procuro tener como base de mi dieta fruta y verdura, proteína de calidad e hidratos de carbono, en su justa medida. Pero claro, hay temporadas, estados de ánimo y situaciones de la vida. Que estamos en otoño, los días se acortan, la luz cada vez es más escasa...y se acerca la Navidad y yo adoro los polvorones, y el turrón de chocolate y el de Jijona y todos, todos, todos los dulces de esta época, excepto el mazapán, aunque si es muy bueno hasta lo tomo. Otra transgresión más. Pero vayamos a las conclusiones. La vida se compone de esos momentos, de aquel día que nos fuimos del bar sin pagar ( ya contaré en otra ocasión como nos vino a buscar el camarero a la calle) , de coquetear con el portero de la discoteca para poder entrar gratis, de meterte vestida en la cama para que tu padre no se diese cuenta de que acabas de llegar a las cinco de la mañana, de decirle a tu mejor amiga que no te apetece demasiado salir porque esperas que te llame el chico del que te enamoraste perdidamente el día anterior ... De mentiras, engaños y desleataldes se compone la salsa de la vida, que aunque de yogur y de honradez sea más sana, de vez en cuando hay que añadirle una pizca de pimienta. Pero cuidado, que el picante en exceso es dañino y que ver una comedia romántica debajo de una manta en una tarde de domingo lluviosa, con tu pareja de toda la vida, no hay dinero que lo pague; aunque bueno, caminar subida a unos Christian Louboutin del brazo de George Clooney por las calles de Nueva York no sé yo...